Rosa Amelia Asuaje es
Profesora de Filóloga Clásica, Msc en Lingüística y Doctora en Lingüística. Universidad de Los Andes. Además
integrante de la Escuela Popular de Comunicación.
En los últimos días, los
venezolanos parecemos caídos de un tobogán insondable de opiniones divergentes.
El discurso emitido por el presidente Maduro en la Asamblea Nacional el pasado
15 de enero ha generado un infinito rosario de insatisfacciones. Del lado del
oficialismo se intenta visibilizar una nave que se mantiene a flote en su mejor
momento del día. Una larga intervención que tocó, una vez más, las fibras
sentimentales del pueblo chavista que aún llora a su Comandante, a pesar de los
festines que por su ausencia, siguen retumbando como ecos tortuosos en medio de
la nada. En el ínterin de las pausas del discurso del presidente, muchos
veíamos esa imagen gigante de un Gigante que no estaba para improvisar y
salirse del protocolo para pedir otra taza de café. En su alocución, Maduro nos
recordó que Chávez es Chávez y eso está muy bien en todo proceso de duelo. El
antiguo canciller, ahora Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas Nacionales
Bolivarianas, nos expresaba con meridiana claridad que el Plan de La Patria
(2013-2019) se iba a ejecutar, conforme a lo establecido así por el presidente
Chávez.
No tardaron en saltar la tecla aquellos que
acusan a un agente invisible de haber falsificado los principales preceptos de
dicho plan; tampoco se hicieron esperar los ávidos opositores que profetizaban
una nueva devaluación del bolívar frente al dólar para ratificar su teoría del
caos en Venezuela. Otra devaluación sería el argumento perfecto para sembrar en
tierra venezolana la matriz del apocalipsis “que irreductiblemente se acerca”.
Esos agoreros del desastre se sintieron defraudados porque lo terrible no
ocurría esa noche y se seguiría hablando de un dólar a 6.30 Bs a cambio
oficial. Al margen de ver con preocupación cómo el dólar negro sigue remontando
la cúspide sin que el Gobierno Nacional pueda controlarlo, es verosímil
comprender la naturaleza de los fantasmas que habitan en las psiquis
deterioradas de aquellos compatriotas que apuestan por una debacle económica en
nuestro país para recoger ganancias, no sólo monetarias sino retóricas. Es
indiscutible que los grandes laboratorios que fabrican y sintetizan nuevos
venenos (des)informativos requieren con urgencia nuevas hecatombes para
mantener rabiosos a miles de venezolanos que hablan y entonan piezas musicales
que aluden a una Ex Patria que ya perdieron. No devaluar, por lo tanto, fue una
mala noticia para aquellos medios de comunicación impresos y digitales
(especialmente) que tenían sus titulares listos con el nuevo anuncio: El
paquetazo Rojo en su versión 2.0.
Por otro lado, figuraron en estos
días las inquietudes de los asiduos cadiveros, quienes, camuflados de viajeros
inocentes, preguntaban sacando las uñas de costado ¿cómo quedará CADIVI si ya
desapareció? (preguntas sin sentido como éstas leí en varios medios de
comunicación, sobre todo en las redes sociales). Estos individuos, sin
nacionalidad moral, se alimentan desfalcando al país con sus criollas trampas
de estafadores de poca monta que, en un viaje, logran traerse la mayor cantidad
de su cupo anual de divisas que “han raspado” en negocios de países “hermanos”
para revenderlas en el mercado especulativo que pareciera estar prefigurado más
como una trinchera de guerra sucia que como un simple mercado negro. Sabemos
que estos actos individuales no lograrán quebrar un país en comparación con las
numerosas “empresas de maletín” que CADIVI ha beneficiado y que, misteriosamente,
no ha reportado a la Justicia en su totalidad. Sin embargo, quisiera detenerme
en este párrafo para acotar lo siguiente: no es coherente decir que en este
Gobierno hay más corrupción que en otros momentos de la historia de Venezuela
si somos una sociedad de cómplices que participamos y ejercemos la corrupción
de esa manera, bajo la absurda premisa de que “como el gobierno roba, yo
también voy a usar los dólares que me corresponden por derecho” ¿Quién ha dicho
que somos los signatarios y cuentadantes de tres mil dólares anuales que entran
al país a razón de la renta petrolera? Dejo la pregunta en el aire porque sé
que muchos se sentirán aludidos y es preferible que ellos mismos busquen su
respuesta.
No podemos hacer leña de todo un
bosque. El Gobierno Nacional no ha sido asertivo en muchísimos aspectos, pero
endilgarle también nuestra responsabilidad individual como ciudadanos es
desproporcionado. Somos cómplice de la violencia, del narcotráfico, del
sicariato, de la corrupción administrativa, del tráfico de influencias, del
amiguismo, del burocratismo, del deterioro como sociedad, en fin, de esto que
somos hoy resolviendo una ecuación incluyendo una X fuera de sitio.
Si seguimos como peces rabiosos
no habrá red que soporte nuestra ira. Es preciso sentarse a pensar la cuota de
responsabilidad que tenemos como ciudadanos en “esto” que muchos no identifican
como patria y que prefieren cambiar por el lavaplatos de cualquier restaurante
en eso que llaman, con nostalgia de jerarcas de otros tiempos, Primer Mundo.
¿Habrá que sentarse a esperar que el país haga aguas por la sumatoria de
nuestros errores como ciudadanos para sentir la necesidad de cambiar el actual estado de la cuestión? Mientras haya
un doble rasero enquistado en la idiosincrasia del venezolano, jamás podremos
curarnos de este cáncer que se llama corrupción.
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