domingo, 6 de agosto de 2017

La grupalidad, la familia y la comunidad. Una nueva forma de articulación, una nueva forma de relacionarnos y de caminar. Carlos García







Los tiempos que atravesamos son tiempos convulsos, complejos e inciertos en los que hemos tratado de construir otro mundo posible. Estos son tiempos complicados en los que sale a la luz las contradicciones de las que cada quién está hecho y de las que cada cual hace práctica, muchas veces sin darnos cuenta y otras obviando la contradicción, es decir, como si no ocurrieran.

Decía Franz Hinkelammert que uno de los efectos racionales del capitalismo, es ocultar de modo ético los daños indirectos que produce tal sistema: la contaminación, la precarización de formas de vida en las zonas del no ser, la exclusión y la violencia engendrada por la acumulación por despojo y la criminalización de otras formas de vida[1]. Del mismo modo que los daños indirectos son físicos, también los daños indirectos están presentes en las relaciones y el modo de vincularnos con el otro y con el mundo[2]. Creemos que es aquí, en este espacio, en el vínculo, en donde se reproduce con más ahínco el capital. Entendemos al capitalismo no como un modelo económico, aspecto que nos parece un reduccionismo, sino como una civilización con modos de conocer, de sentir y pensar las relaciones y el mundo.

El cambio de época que atravesamos, nos pone en el umbral de revisarnos desde nuestras prácticas en los distintos espacios en los que hacemos vida. Desde cada quien hasta cada cual.

El nuevo mundo, ése que perseguimos y anhelamos construir, se hace desde prácticas concretas, y creemos que el cuerpo, las relaciones y el vínculo son el nodo desde donde se despliegan las prácticas concretas que dan parto a otro mundo posible. En tal sentido, es desde este cambio de época signado por una vorágine marcada por guerras, saqueos, presiones políticas y económicas, consumismo, negación de otros modos de concebir y hacer el mundo, y su contracara, proyectos de liberación de distinta índole y de construcción de otras maneras de producir la vida, que nos preguntamos, si nuestras prácticas cotidianas están siendo coherentes con lo que enunciamos: la construcción de otro mundo posible. Veamos:

Desde América Latina, podemos dar cuenta de algunas prácticas, que con sus aciertos y desaciertos, podemos decir que, recorremos un camino en la constitución de otro mundo.

América Latina es un continente que, si bien sabemos es el más desigual del planeta y que tiene una historia marcada por la violencia de clase y racial, generada y cultivada por los colonizadores, también sabemos que es un continente que alberga nuevas formas de organización social con potencia que responden a la necesidad de poder tener existencia desde otros lugares de enunciación.

Estas nuevas formas de organización nacen al calor de luchas emergentes que contemplan el derecho por la tierra y la dignidad de la tierra, los derechos de la mujer y la familia a ser parte decisoria de la vida común, el derecho de los afros e indígenas por manifestar sus modos comunitarios de hacer el mundo, el derecho al reconocimiento de las culturas comunitarias, el derecho al reconocimiento como sujetos, como personas con historia, vida, proyecto y futuro por parte de los marginados y los condenados de la tierra como nos dice Franz Fanón.

Las nuevas formas de organización como expresión emergente que va más allá de las estructuras tradicionales impuestas por la modernidad eurocéntrica, poseen prácticas solidarias de nuevo cuño de las cuales debemos aprender. Hay también, casos en que nuevas organizaciones que se van creando reproducen formas verticales de funcionamiento, formas que, por ser matrices aprendidas en el transitar de la vida son puestas en práctica automáticamente. Lo que nos parece, debemos tener en cuenta es que las nuevas formas de organización no deben contener al interior de su funcionamiento, prácticas que emulen a las instituciones de carácter vertical, cuyo sentido obedece a la cultura de la corporación propia del paradigma del gobernar[3].

Las nuevas conformaciones, aquellas cuyas experiencias están direccionadas desde el vínculo íntimo a construir otro mundo,  nos sitúan existencial y concretamente en prácticas sociales que en muchos casos hacen y rehacen nuestra humanidad. Porque las prácticas de estos espacios nos dis-ponen a practicar modos distintos de vinculación con el mundo. En estos espacios, ocurre una transformación de nuestro mundo interno, es decir, un cambio interior, porque la práctica social que se lleva a cabo, nos invita a cambiar la mirada del mundo, es decir, el ser humano cambiando el mundo, sufre los efectos de su propia transformación, se modifica nuestra subjetividad.

Un ejemplo es el caso de los movimientos cuya lucha es por la tierra y por nuevas formas de gestionar la tierra, en ellos se presenta con más ahínco la necesidad de concebir el trabajo como tarea conjunta, horizontal y cooperativa, y es que la relación con la tierra nos conduce en un viaje de vuelta a la humanidad -la humanidad- como condición dependiente del humus, de la tierra, de la relación con la tierra, con la comunidad de vida. El manovuelta propio de la cultura del campo andino en Venezuela y otras regiones del continente es un símbolo de estas prácticas cooperativas horizontales.

En nuestro caso, el venezolano, nos hallamos recorriendo el camino en la construcción de otro mundo a partir de la constitución de movimientos, colectivos y comunas que comienzan a constituirse más allá de los designios del estado. Esta iniciativa en constituirnos en espacios de nuevo cuño, más allá de los designios del estado, nos muestra que la intención de construir desde abajo experiencias concretas es posible. A pesar que en muchos de nuestros espacios reproduzcamos la lógica vertical propia de la cultura de la corporación, sabemos que los colectivos, los movimientos, las comunas, y la cultura comunal no es apelar a cumplir con las políticas formales del estado, sino que es apelar a acercarnos, comprendernos y sentirnos desde otro lugar, no sólo desde otro lugar de enunciación, sino desde otras prácticas sociales concretas, desde los cuerpos, las relaciones y los vínculos.

Parte de nuestra tarea en la construcción de otro mundo es asumir que el modo en que nos relacionamos aún, es el que prevalece en la modernidad capitalista, donde privilegia el individualismo, y el afán de una libertad que se zafa de la responsabilidad, una libertad descomprometida donde los efectos indirectos de las acciones directas de tal libertad individual des-integran, es una libertad funcional al capital. El otro aparece para esta noción de libertad, como estorbo y no como posibilidad.

Nos dice Enrique Dussel que: “… el ser humano es esencialmente social, eso de individuo no existe, pues todos somos interdependientes, si no fuese así, no tendríamos ombligo…”[4] Nos parece tiene razón porque somos seres que tenemos sentido de identidad a través del otro, tenemos identidad grupal, somos sujetos de la comunidad, no solos, nadie nace y existe solo. Es decir, que tenemos sentido porque hay un otro que nos da existencia a través de su mirada y hay otros desde los cuales emergemos: la familia y la comunidad.

De modo que el desafío es no reproducir los modos de organización que alojan al individualismo, la verticalidad, la dominación y la jerarquización.  Necesitamos otros modos de encontrarnos, de pensarnos y sentirnos en con-junto. He ahí que los movimientos sociales, los colectivos y las comunas forman parte del caminar en el retorno a lo más profundo y sencillo de lo humano, a la condición de ser vulnerables y dependientes de y con otros.

Un aspecto que creemos importante o clave en la constitución de otro mundo, es la familia, pero no la familia nuclear sino la familia extensa, donde participan los abuelos, los hijos, las parejas de los hijos en la toma de decisiones y la organización de todos los espacios de la vida. Nos comenta Zibechi que la familia en el caso latinoamericano es un factor de suma importancia, porque es el lugar desde donde se constituyen las nuevas prácticas autónomas e interdependientes del nuevo mundo[5]. La familia es constitutiva de la comunidad y desde ése lugar es que se hacen y entraman las nuevas prácticas. Sin la familia como parte constitutiva de otro mundo, seguiríamos constituyéndonos en soledades aglutinadas.

En el parto de otro mundo, vamos dándonos cuenta del rol que cumple la grupalidad como forma contrapuesta al individualismo. Este rol de la grupalidad parte por la recuperación de la familia como grupo operativo y no meramente pasivo de reproducción hedonista de la cultura del capital, sino como grupo de reproducción y producción de la vida que se entreteje con organizaciones intermedias comunitarias que conforman comunidades más grandes e interdependientes, es decir, comunas.

Aquí aparece otro aspecto que ha sido obviado por la izquierda del siglo XX: la grupalidad[6] o la cultura de lo grupal, desde la cual debemos aprender a construir las prácticas liberadoras. Nos referimos a una grupalidad responsable y afectiva, de tipo familiar donde haya piso, contención y subsistencia, para hacerle frente a la vorágine del capital[7].

Queremos decir que encontrarnos en grupo, aprender en grupo, pensar-nos y sentir-nos en grupo es una ruptura epistemológica con la modernidad capitalista, ruptura en la que incluso debemos comunicamos desde otro lugar para re-construimos como sujetos comunitarios. Esta es una tarea permanente porque es de largo aliento, es lenta y progresiva, no es una política aplicable sino una construcción cotidiana, que emerge y se aprende al calor de la lucha. Así tenemos más o menos claro que la tarea de los pueblos es organizarnos con la mira puesta en liberarnos con-junta-mente, para construir pro-yecto, y así lanzar-nos hacia adelante

Para culminar creemos que no hay sujeto comunitario, si no hay sentido de la grupalidad, familiaridad, responsabilidad y co-responsabilidad incluyendo a los que aún están por nacer, es decir, las generaciones futuras.

La responsabilidad con las generaciones futuras se mide mediante las prácticas de los que ahora habitamos el mundo, nuestras prácticas definen, los actos son los que definen la realidad. Es por ello que necesitamos consolidar como hemos venido tratando de dar cuenta, otras maneras de relacionarnos más co-responsablemente, con esto queremos decir: cambiar matrices, o en otros términos, cambiar hasta las palabras con las cuales hemos venido referenciando el mundo de la vida; la manera de actuar, de pensar y de sentir. Para construir la comuna como vuelta a la humanización, de los colectivos como cultura popular y grupal, de los movimientos sociales como espacios para acercarnos a los horizontes, nos toca tener y practicar “formas de vida cotidiana que estén impregnadas de actitudes y valores que permitan aflorar ese clima que hace que las personas que lo integran lleguen a ser sujetos creativos de sus vidas. Un clima emancipatorio[8]. Esa es la tarea, de los que habitamos el mundo ahora.




[1] Nos dice Juan José Bautista que el problema de la ética construida por la modernidad es que oculta racionalmente los efectos indirectos de las acciones directas, es la típica relación el fin justifica los medios. “Hinkelammert muestra que la racionalidad medio fin es irresponsable, porque, no se hace cargo de las consecuencias no intencionales, no previstas o no calculadas por las acciones medio-fin, porque, al ser acciones meramente ónticas, o sea, parciales, esta racionalidad se hace cargo solamente de los efectos entre el fin y los medios para alcanzarlo, es decir, se hace responsable sólo de lo previsto, calculado o buscado en la acción medio-fin. Y como todas las acciones medio-fin no se dan ni se hacen en el vacío, sino en medio de un mundo ahora globalizado por el mercado, entonces los efectos no producidos intencionalmente o las consecuencias no previstas, calculadas o buscadas por estas acciones medio-fin nos alcanzan a todos en el presente y sus efectos están afectando inclusive a los por venir o nacer. Por eso afirma Hinkelammert que la ética de la responsabilidad fundada en la racionalidad medio-fin es, por un lado, irresponsable, pero, por otro, éticamente perversa, porque no se hace cargo, o sea, no se responsabiliza de estos efectos producidos de modo no intencional y que empíricamente están afectando hoy al planeta entero; por ello aboga por otra ética de la responsabilidad que no se fundamente en esta racionalidad medio-fin sino en la racionalidad de la vida.” Juan José Bautista. Qué significa pensar desde América Latina. P.156

[2] Sostenemos que la realidad material, se constituye desde las relaciones. El humano es una producción social, grupal, histórica y cultural. La forma en que nos vinculamos es condicionante de la producción material del mundo. En la modernidad capitalista, las relaciones tanto con los otros como con el mundo son de carácter instrumental y fragmentaria, contribuyendo en la constitución de un sujeto con una subjetividad individualista y atomizada y objetivamente burgués y des-comprometido. Así como el sistema no asume los efectos indirectos de su ética, en la vida cotidiana somos reproductores de tal ética, donde no nos hacemos responsables de los efectos indirectos de nuestras acciones. Los otros aparecen como objetos, cosas ante nuestra vida.

[3] El paradigma del gobernar parte de la lógica de forzar la realidad a ajustarse a los ideales, el ideal se aplica como fórmula, se impone, no se construye “También la transformación revolucionaria, la construcción de una nueva sociedad, se ha pensado (y practicado) desde este paradigma. Y es en este aspecto concreto en el que quiero detenerme ahora aquí. Desde el paradigma del gobierno, la acción revolucionaria consistía en: -uno, abstraer y modelizar. Deducir teórica o especulativamente lo que debe hacerse (el Plan, el Programa, la Hipótesis), “arrancándose los ojos” para ello, es decir poniendo entre paréntesis lo que hay (el mundo tal y como es, las prácticas ya existentes) porque induce a error (nunca está a la altura del deber-ser, siempre le falta algo). -dos, aplicar y forzar. Llevar a cabo, pensar estratégicamente y disponer los medios según los fines, empujar lo que es hacia lo que debe-ser, combatiendo para ello sin tregua contra los mil obstáculos que siempre aparecen en este camino: la realidad y su tozuda tendencia a desviarse de la línea correcta, los rivales que tienen otra idea de lo que debe-ser, la plebe que se obstina en seguir mirando con sus propios ojos, etc.” Cfr. Sabater-Fernández, Armando. Del paradigma del gobierno al paradigma del habitar: por un cambio de cultura política. Rebelión.org, Abril de 2016. Tomado de www.rebelion.org

[4] Tomado de la conferencia: 16 Tesis de Economía Política de Enrique Dussel. Primera tesis. Ofrecida en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Enero de 2014. https://www.youtube.com/watch?v=GT29epGEikU

[5] Nos dice Zibechi que una de las tendencias comunes en las luchas de América Latina está la familia extensa como rol principal en la constitución de otro mundo “En las actividades vinculadas a la subsistencia de los sectores populares e indígenas, tanto en las áreas rurales como en las periferias de las ciudades (desde el cultivo de la tierra y la venta en los mercados hasta la educación, la sanidad y los emprendimientos productivos) las mujeres y los niños tienen una presencia decisiva. La inestabilidad de las parejas y la frecuente ausencia de los varones, han convertido a la mujer en la organizadora del espacio doméstico y en aglutinadora de las relaciones que se tejen en torno a la familia, que en muchos casos se ha transformado en unidad productiva, donde la cotidianeidad laboral y familiar tienden a reunirse y fusionarse. En suma, emerge una nueva familia y nuevas formas de re-producción estrechamente ligadas, en las que las mujeres representan el vínculo principal de continuidad y unidad.” Raúl Zibechi, Autonomías y Emancipaciones. Lima, 2007.

[6] Asumimos la grupalidad como nodo, como espacio sostén de los seres humanos donde somos contenidos y albergados. La familia es el grupo principal en la constitución del ser humano, subjetiva y objetivamente

[7] Nos parece que la vorágine del capital en que todo “cambia” de manera abrupta, para desintegrar otras prácticas y que nada quede, sólo puede ser contenida con un piso estable, ése piso estable son vínculos, afectos, un espacio de contención que es la familia y la comunidad. Diferente al cambio desintegrador de la lógica del capital, está la lógica de movimiento de los movimientos sociales donde nada es estático, cuyo dinamismo apunta a una transformación y transustanciación de la lógica del capital, está lógica dinámica de cambio con dirección, también se contiene mediante los afectos, los vínculos, es decir: la familia y la comunidad  “Esta vorágine del cambio permanente, que puede acelerarse o ralentizarse, sólo puede ser contenida por una sólida comunidad humana, por lazos fuertes de hermanamiento, en los cuales los vínculos «de tipo familiar» son claves para la continuidad de las experiencias y los procesos. En este aspecto, las raíces –siempre necesarias– no son una identidad fija ni un lugar físico ni un rol social, sino las relaciones humanas con los que compartimos la vida. A este aspecto Salete lo denomina como «pedagogía de ‘enraizamiento’ en una colectividad». De ahí la importancia de trabajar la organización del movimiento como entramado y espacio de vínculos afectivos, lo que supone erradicar la idea hegemónica en nuestras izquierdas acerca de la organización como instrumento para conseguir fines

[8] Raúl Zibechi. Autonomías y Emancipaciones, América Latina en Movimiento. P.33  

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