por Chris Gilbert / Resumen Latinoamericano
El imperialismo, pese a sí mismo, ha homenajeado a nuestra región en
estos últimos años. Este homenaje consiste en la búsqueda urgente de la
paz. Mientras en otras regiones del mundo los dirigentes del imperio más
guerrerista de la historia intentan crear el caos y aprovecharse de él,
aquí en la región norteña de América Latina –Colombia, Venezuela, Cuba–
quieren paz desesperadamente. ¿Por qué? Porque temen nuestra capacidad
de lucha, nuestro legado de lucha.
En verdad es un legado temible que siempre hemos subestimado… Antes
de morir, el legendario cuadro cubano Raúl Valdés Vivó (1929-2013) se
entregó a investigaciones que lo apartaron algo de la corriente del
marxismo que había enseñado durante tantos años en escuela de formación
del PCC. En una charla que dio aquí en Tierra Firme, el cubano anunció
uno de los sorprendentes resultados que se desprendían de sus
indagaciones: la injerencia de Estados Unidos en Venezuela no es tanto
para controlar el petróleo criollo sino para borrar el legado de
Bolívar.
Esta afirmación es aparentemente descabellada, pero luce más
verosímil vista desde la perspectiva de otro de los ejes de
investigación de Valdés Vivó en sus últimos años. Nos referimos a su
investigación sobre la geopolítica contemporánea, el capitalismo como
sistema mundial. Efectivamente, el capitalismo es un sistema global que
divide y polariza el planeta. La polarización mundial es un hecho
olvidado por la mayoría de los marxistas que buscan aquí una clase
obrera con la misma centralidad que la de la clase obrera norteña; esta
búsqueda es tan fútil como la de El Dorado.
El sistema mundial capitalista mantiene una paz rousseauniana en sus
fortalezas del norte, pero pone las grandes regiones del sur en un
estado hobbesiano de tumulto y atraso. Por esolas masas del sur, a
diferencia de sus hermanos más pasivos del norte, buscan superar el
sistema perennemente. La caracterización científica de este grupo sureño
llamado al cambio es la de ejército de reserva mundial. Es un
sujeto muy heterogéneo. En la Segunda Declaración de La Habana fue
descrito tentativamente como “las masas hambrientas de indios, de
campesinos sin tierra, de obreros explotados… los intelectuales
honestos”. Pero detrás de la descripción yace una pregunta: ¿qué puede
unificar una agrupación tan diversa para una lucha larga y repleta de
obstáculos?
¿Cómo aglutinar un sujeto diverso bajo una sola bandera?
Aquí entra el legado Bolivariano. Porque, a diferencia de Francisco de Miranda que solo pudo ver un bochinche,
Simón Bolívar reconoció que el sujeto diverso y harapiento de América
Latina tuvo capacidad de organizarse: capacidad de unidad, lucha y
batalla. En verdad fue un salto de fe muy parecido al de Marx en su
contexto cuando se colocó –mucho antes de tener una explicación
científica sobre el asunto– al lado del naciente proletariado.
Pertrechado con los lentes del socialismo y anarquismo francés, el joven
Marx vislumbró en esta clase emergente la capacidad de autopraxis.
Así que, en nombre del prócer criollo que lo reconoció primero,
decimos que aquí el sujeto histórico capaz de hacer la revolución
venezolana es un sujeto bolivariano. Y también que el bolivarianismo
vivo coincide con el marxismo más avanzado por ser un pensamiento
consciente del capitalismo como sistema mundial y de los retos que
enfrentamos en términos de la organización en la transición al
socialismo desde la periferia.
Lo anunciado arriba como tesis teórica –la importancia del
bolivarianismo en el plano del pensamiento revolucionario– subyace en la
conciencia popular desde hace tiempo. Es tan así que la clase oprimida
venezolana se autoconcibe como “Hijos de Bolívar”. Sabemos que
una clase social no es un producto automático del aparato productivo:
más bien, como nos enseñó el marxista inglés E. P. Thompson, una clase
se construye a sí misma a través de la historia. Así pues, la clase de
los oprimidos en nuestra región se construyó, en un proceso de larga
lucha, como bolivariana.
Una necesidad existencial: ser bolivariano
Todos los intentos de identificar y posicionar al sujeto del cambio
de otra manera –independientemente de sus intenciones– se arriesgan no
solo a desarmarlo sino también a negar su existencia. En un libro de
1969, Germán Carrera Damas se empeñó en desmontar el culto a Bolívar y
encontrar en él un mero político realista. Según este historiador, el
bolivarianismo es solo un “recurso ideológico”, una proyección de “las
aspiraciones más urgentes y sentidas” del pueblo y “la contrapartida de
un saldo adverso a las aspiraciones de las masas populares”.Frente a
esta historiografía “objetiva”, que confunde la ciencia con ser au-dessus de la mêlée, hay que preguntar si estas aspiraciones urgentes aún existen o no, y si el historiador las comparte.
Un anhelo puede pertenecer a todo un pueblo como necesidad
existencial. América Latina es probablemente la región del mundo más
dispuesta a dar vivas. Vitoreamos a los próceres, a mandatarios, a
países, a gobiernos, al pueblo… a todo menos la muerte. ¡Indudablemente
es la gran expresión de la voluntad de vivir en un continente cuya
existencia depende de la lucha! Ahora, ¿quién puede y quién quiere
apartarse de estas “aspiraciones urgentes y sentidas” de luchar y de
vivir? Solo los teóricos comprometidos con un modelo de ciencia que es
mero repaso de hechos objetivos (lógicamente, un método promovido por
los grupos y las naciones que ya tienen la existencia asegurada).
El nombre de nuestra voluntad continental de vivir –que equivale a la
voluntad de asumir el largo y obstaculizado camino a la superación
socialista– no es otro que el bolivarianismo. Eso porque el bloque
diverso de cambio se unifica y se forma bajo esta bandera de su propia
construcción, identificado con Bolívar y sus luchas, consciente de que
de eso depende su existencia. Es por esta razón que en el Norte trabajan
día y noche para que el espíritu bolivariano y luchador duerma en paz…
Chris Gilbert es profesor de Estudios Políticos en la Universidad Bolivariana de Venezuela.
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