miércoles, 7 de junio de 2017

MAFALDA Y LA ZOOCIEDAD: Venezuela, abril. mayo, junio de 2.017


Matilde Briceño Rojo

Cosas terribles, muchas hay,

pero ninguna más terrible que el hombre

Sófocles



Somos los animales más especiales de la escala zoológica. Tenemos el único don que los otros animales no tienen: la palabra con su doble articulación. Pocas veces la usamos adecuadamente. Tiramos la piedra y escondemos la mano. No somos agradecidos. Somos frágiles y nos creemos fuertes. Con un dedo tapamos el sol para que, tanto los otros como nosotros, vivamos en la oscuridad. La lluvia nos molesta. El poder nos llena de orgullo. La humildad nos es ajena. Los animales que llamamos inferiores nos tienen pavor por la crueldad maquiavélica con que los aplastamos y… nos aplastamos. El desarrollo de la ciencia nos limita y nos encajona por el mal uso que de ella se hace. Enloquecemos vacas para que ellas, a su vez, nos enloquezcan. Los soñadores, dicen otros, no pisamos la tierra. Y los filósofos se angustian. El desarrollo de los tres saberes no sirve para unirnos sino para fragmentar aún más el polvillo que ya somos. Perseguimos la gloria y encontramos el infierno. Insistimos en la búsqueda de la grandeza e ignoramos la finitud de nuestro trayecto. El Dios lo inventamos para que nos perdone las iniquidades y nos restituya la esperanza de otro mundo más humano. Creamos un Dios malvado para castigar al que no nos obedece. No oímos ni a nuestra respiración cuando de nobleza se trata. Matamos a nuestro niño interior para dar cabida al adulto feroz y acosador. La risa parece tan desacreditada como la seriedad. También acorralamos a los niños con nuestros prejuicios, egoísmos y esa retahíla de enfermedades psíquicas y morales que nos ha legado la sociedad. Últimamente en nuestra zoociedad la muerte es un lugar común, al igual que la suciedad y los pájaros migrantes por sus árboles caídos. En fin, que dentro de esa variadísima fauna del globo terráqueo somos los más privilegiados y los más desafortunados. Nos aterran nuestros semejantes y, en algunas ocasiones, preferimos que al morir nos llore un perro o cualquier otra mascota –a quien le dedicamos toda nuestra razón de vida- antes que nos nostalgien nuestros iguales. Queremos parecernos a cualquier animal antes que a nosotros mismos.

¿Qué nos aparta de nuestros congéneres? Tal vez el poder de destrucción razonado. ¿Por qué no hacer del otro prójimo la cueva merecedora donde el afecto, la ternura y el respeto sea el lugar común? Tal vez por ese abismal miedo que tenemos de apropiarnos de algunos rasgos de humanidad. Todo siempre dentro de la duda, única certeza que nos acompaña.

Asumimos la palabra de Jasmil Mendoza León en Vuelta al desalojo (octubre 2.000): TRATE DE HACER MÁS DIGNA LA EXISTENCIA Y SÓLO CONSEGUÍ MI PROPIA INDEFENSIÓN.



Mérida, 03-06-17