Los gobernantes son victimas de la misma escuela que ellos no han podido renovar. Cuando niños sufrieron el amaestramiento de la escuela tradicional: transmisión atosigante y autoritaria de conocimientos, a veces obsoletos, raciocinio determinístico, teorías en abstracto con olvido de la teorización sobre la realidad en que vive su familia y comunidad, excesivo respeto por los paradigmas vigentes, privilegio de lo cuantitativo sobre lo cualitativo e identificación de ciencia con los modelos bien estructurados con variables medibles. No le enseñaron a aprender, sino a aprender lo que le enseñaron. La escuela básica desaprovecha el potencial de inteligencia, creatividad y personalidad que encierra una mente joven y vigorosa, llena de interrogantes sobre el mundo. Cuando el futuro gobernante ingresa a la universidad, encuentra allí una fabrica de profesionales departamentalizados en facultades. En la universidad, recibe una carga de unidimensionalidad tecnocratica que no puede criticar. Su formación previa en la escuela mató su capacidad de crítica creativa. Ya es un seguidor en potencia de una ciencia o una disciplina que se asila de las otras y se desarrolla fuera de contexto. Pero los departamentos de la universidad no existen en la práctica y los problemas de la práctica social no están en la universidad. La medicina, la economía, la biología, la ingeniería, la arquitectura, las disciplinas jurídicas aportan conocimientos parciales que el gobernante debe aplicar a problemas de salud, económicos, educativos, organizativos, de regulación social, de gerencia publica, de conducción política, de diseño urbano, etc. Y estos problemas cruzan todos los departamentos de la universidad, son multidepartamentales y transversales. En esa práctica se gesta el primer choque entre su capital cognitivo y los problemas con que debe lidiar. El partido político completa su formación. Allí debe abordar o eludir problemas para los cuales no está preparado. Allí recibe el impacto de una práctica signada por la competencia electoral y los pequeños intereses. En el partido nadie lo prepara para gobernar. Pero, es ahí donde refuerza su ego y su individualismo, aprende a atacar y defenderse, y a usar a la gente para sus propios objetivos. En la práctica partidaria, crea su círculo de amigos que mas tarde serán sus guardapuentes de acceso a su gabinete. Algunos distinguen entre su ambición personal y el proyecto para su país. Otros refuerzan su proyecto personal y se olvidan de sus ideales de juventud. El 90% de los dirigentes políticos pasan por la universidad y complementan su formación en los partidos políticos y en el contacto con los medios de comunicación. La televisión, los periódicos y las revistas forman parte de su escuela informal. Con esa formación parcial, muchas veces distorsionada, el político asciende a las posiciones de gobierno. Allí debe ahora enfrentar problemas que no se ajustan a los modelos aprendidos en la escuela formal y en su práctica política. Tiene que dirigir organizaciones, diseñarlas o remodelarlas. Tiene que orientar y regular la economía, y para ello no basta la formación del economista sin dominio de la política. Tiene que regir la salud publica aun cuando la formación del medico esté muy lejos de capacitarlo para ello. Obstetras, cardiólogos, ginecólogos y cirujanos distinguidos en su profesión alcanzan su nivel de incompetencia cuando tienen que planificar, organizar, controlar, distribuir gobernabilidad y evaluar resultados. Un ministerio es algo muy distinto que una sala de cirugía o un consultorio medico. Tiene que hacer procesamiento tecnopolítico de los problemas y decisiones, pero su formación separa brutalmente la técnica de la política y la gestión. Trata desesperadamente de aplicar sus conocimientos profesionales y su experiencia política, pero ambas son como dos partes irreconciliables de su vida. Cree que la experiencia política es suficiente para complementar su formación universitaria. En el comando del gobierno siente o intuye que hay una enorme distancia entre lo que debe y puede hacer. Y frente a ese dilema, con "sentido practico", renuncia al debe ser y se conforma con el puede ser, que es muy poco. Si esta inconforme, entonces culpa a otros de ese brecha entre proyecto y realizaciones. Culpa a la burocracia, al simplismo del ciudadano común que no comprende sus esfuerzos, a los medios de comunicación que silencian su obra, y a la herencia de problemas que hereda y que dice conocer solo ahora en su real magnitud. Cree que esta maniatado por las circunstancias y no por su capacidad insuficiente de gobierno. Como no puede enfrentar los problemas que el ciudadano valora ni sabe modernizar las herramientas de gobierno que podrían ayudarlo en esa tarea, culpa siempre a las circunstancias y a fallas en la comunicación de lo que hace. Hasta ahora no he encontrado ningún gobernante que va mal que reconozca la inefectividad o insuficiencia de su acción. Sostiene que hace mucho y comunica poco. Este es un argumento doblemente frágil. No existen políticos que no sepan comunicar. De eso si saben. Pero, además el hombre común no necesita que le comuniquen cuando llueve y se moja. El efecto informa mejor que la televisión, si es positivo y tiene magnitud. Cuando algo importante y positivo ocurre se comunica inevitablemente al ciudadano por sus consecuencias, tal como ocurre con las malas noticias. La explicación de este fenómeno es entendible: nadie puede reconocer que lo hace mal sin corregir o culpar a otros. Esta baja capacidad para gobernar se combina con la soberbia y la sordera, multiplicadas por la posición de poder que lo hace superior. Jamás se le ocurre pensar que su agenda está mal organizada, que no tiene soporte de procesamiento tecnopolítico, que su equipo de planificación es muy poco practico, tecnocrático y deficiente, que no dispone de equipos preparados para reorganizar y modernizar el aparato publico que lo aprisiona con su fricción burocrática, que no sabe cobrar cuentas por desempeño, aunque exige a gritos el cumplimiento de metas aisladas y mal procesadas, que no sabe distribuir responsabilidades y gobernabilidad y concentra todo en sus manos porque cree que las deficiencias están abajo y no en la cabeza del gobierno. Como no sabe que no sabe, menosprecia el entrenamiento. Ya no lee ni estudia. No tiene tiempo para pensar y estudiar porque esta muy ocupado con cosas menores que él mismo centraliza y resuelve una a una, porque no sabe resolverlas en serie mediante reingeniería publica. El centralismo refuerza su ego y llena su agenda. En su vocabulario hay palabras que no tienen cabida o tienen un significado menor. La planificación moderna es un juguete indigno de hombres maduros. No puede salir de su prisión porque su teoría no se lo permite. El mundo del hombre es del tamaño de su vocabulario.
Si alguien le dijera que debe entrenarse en Ciencias y Técnicas de Gobierno se reiría a gritos. ¿Quien podría enseñarle algo nuevo e interesante, si ya sabe todo por experiencia? En contraste, las informaciones dicen que Margaret Tatcher, siendo Primer Ministro, asistió a seminarios sobre manejo de crisis. No tuvo miedo ni soberbia para aprender. Tampoco alegó falta de tiempo. Por otra parte, ¿Qué le ofrece la universidad al gobernante capaz de hacerse esta autocrítica? ¿Existe alguna Escuela de Gobierno en nuestros países con una oferta de conocimientos que interese a los políticos y los gobernantes? La universidad está de espaldas a los problemas del gobernante y del gobierno en dos sentidos: uno, su oferta de enseñanza es inapropiada para el dirigente publico; dos, casi no realiza investigaciones por problemas que estén en el centro de la agenda de la sociedad y del gobernante. Mientras tanto los gobernantes dan palos de ciego con reformas institucionales y organizativas de contenido inapropiado y carente de estrategia para cambiar las prácticas de trabajo del aparato público. No se moderniza, sólo se privatiza. Pero si el criterio para privatizar se basa en traspasar al sector privado lo que no funciona bien en el ámbito publico, la lista de privatizaciones debería estar encabezada por la Presidencia de la Republica, convertida en sociedad anónima y el Congreso Nacional y el Poder Judicial en sociedades de responsabilidad limitada. Mientras tanto, en algunos países, se privatizan servicios públicos, como la educación técnica, que constituyen uno de los pocos recursos efectivos a que puede acudir la población más pobre para salir de esa situación.
Algunos creen que la formación del gerente privado es suficiente para abordar los problemas públicos. Es un error mayúsculo. Tan grande como pensar que las actuales escuelas de administración publica resuelven el problema. En Harvard existe una Escuela de Negocios bien diferenciada de la Escuela Kennedy de Gobierno, sin perjuicio de que ambas tengan algunas asignaturas comunes. Las escuelas de gobierno, que merezcan su nombre, no abundan en el mundo. Eso es cierto. Pero, en América Latina solo tenemos escuelas de negocios de buena calidad y escuelas de administración pública que extrañan una manito renovadora. Yo creo que los políticos y los gobernantes deben ir a la escuela. Sé que esto es un atrevimiento y pido excusas. Mi creencia significa exactamente respeto por la función política y los partidos políticos. Mi recomendación quizá no es aplicable a los políticos y gobernantes actuales. A muchos de ellos, su orgullo, el mal uso del tiempo y el deterioro de sus oídos con el polvo del poder, los excluye de esta propuesta. Están bien excluidos. El remedio sería inefectivo para ellos. Pero, hay que tener esperanzas con los futuros gobernantes y el futuro de los partidos políticos. De otro modo ¿cómo se consolidará la democracia y ascenderá a niveles superiores? Pero, ¿a cuál escuela irían? La respuesta es obvia: América Latina requiere, al menos, una Escuela de Gobierno. Una de alta excelencia. Hay que crearla. Yo quisiera ser alumno de esa escuela. La palabra la tienen las universidades y los institutos de enseñanza sobre administración pública. No se trata de una escuela para formar líderes ni formar presidentes. Ello es imposible. Se trata de un centro de post-grado donde los profesionales que sientan la vocación de la política y del servicio público se preparen para ese llamado potencial. El líder se forma en la práctica y lo nombra y selecciona el sistema democrático. La escuela de gobierno será su apoyo, no su medio de selección. Con este escrito le recuerdo con respeto y amistad al Presidente Fernando Henrique Cardozo, que algún tiempo atrás concordó conmigo sobre la necesidad de una escuela de gobierno, que Brasil puede encabezar esta renovación y constituirse en el caso pionero de una nueva generación de gobernantes.