Es
perentorio en esta celebración del natalicio de Simón Bolívar el
Libertador, y en el extraordinario momento histórico que nos ha
tocado vivir, conscientes del cambio de Época que atravesamos como
sujetos políticos-históricos y colectivos; protagonistas de
nuestro devenir, dar una mirada, una mirada crítica; pero esa mirada
no es la de la visión inquisidora y moral de la historia con la que
han clavado sus ojos y sus plumas por tantos años sesudos
historiadores, y escritores, que, desde su propia y cómoda
temporalidad, disparan sus juicios de valor hacia Bolívar y su gesta
emancipadora.
Unos,
lo han montado en un altar, sacralizándolo, y de esta manera
alejándolo del pueblo, deshumanizándolo… y otros tantos,
creyéndose portadores del báculo de la verdad y la razón, lo bajan
de ese altar estatuario, pétreo. Pero de manera mezquina lo
entierran en el lodo de la ignominia, escarbando en los entresijos de
su vida para desmeritar sus acciones y contaminarlas con el oprobio.
Han sido y son unos y otros “el mismo negro con diferente
cachimbo”.
La
crítica, necesaria además, no debe ir dirigida a Bolívar, o mejor
dicho, no debe ser hacia la figura de Bolívar, que, dicho sea de
paso, es a lo que por nuestra miope y sesgada visión de la historia
–esa que llamamos historia patria- podemos aspirar. A esa figura de
un Bolívar mediado por las conveniencias de las altas esferas y
grupos de poder que por tantos lustros ocuparon el gobierno, y que
dependiendo de sus intereses, le han colocado la envestidura que
mejor se adapte a sus objetivos particulares; Transfigurando tanto
nuestro Simón, que nos terminan siendo irreconocibles y opuestas
para el pueblo las figuras que de él se crean, como distinta ha sido
su iconografía.
Así
entonces es a la figura de Bolívar y no a Bolívar en sí mismo, a
quien nos ufanamos de conocer, y por ende de criticar, fundamentados
por los débiles andamiajes de los juicios de valor impuestos por
aquellos “especialistas” que trafican con la historia.
Entonces,
¿hacia quién debe ir dirigida la crítica? Nos aventuramos a decir,
hoy en este día que la crítica debe apuntar hacia nosotros, el
nosotros pueblo; el sujeto político en su más amplio significado,
la del sujeto que por definición vive y se desenvuelve en sociedad,
y a su vez contribuye a transformarla.
Ese
ejercicio de autocrítica que estamos llamados a ejercer, no es de
carácter destructivo, pero si se trata de deconstruir esa visión
que ha sido enquistada en nuestro imaginario colectivo, de que las
caras más visibles de nuestra gesta independentista, y a la cabeza
de ellas, Bolívar, estaban envueltos en una suerte de halo mágico,
en donde la providencia, y no su contexto histórico, les marcó el
rumbo que los llevaría a liderar el proceso de independencia
política conquistado frente al imperio español.
Y
más aún, que Bolívar, líder indiscutible de nuestra revolución
de independencia, fue producto taumatúrgico del destino, y sus
acciones obedecieron a un “no se qué”, inexplicable, propio de
hombres sobrenaturales, que parecieran estar, por sus dotes, fuera de
la historia.
Nada
más alejado de la realidad. Nosotros ese nosotros pueblo, que desde
hace al menos dos décadas hemos venido tomando conciencia de
nuestro papel en la historia, debemos tener claro, cristalino, que
Bolívar fue y sigue siendo expresión y hechura de las masas
populares, que, por las contradicciones propias de una sociedad
convulsionada, y en crisis; la sociedad colonial del siglo XIX, en el
caso del contexto histórico que le tocó vivir al Libertador; y en
nuestro caso, la crisis eminente de la sociedad capitalista, le ha
tocado estar a la vanguardia de los movimientos revolucionarios de la
América del Sur.
Nos
resulta casi ocioso y hasta tedioso, inclusive en una fecha como hoy
a los doscientos treinta y tres años del natalicio de Bolívar,
recordar y repetir cronológicamente, partiendo desde un 24 de Julio
de 1783 hasta un 17 de Diciembre de 1830, lo que hemos escuchado
hasta la saciedad como un rezo doctrinario, aprendido de memoria
desde los primeros años de nuestra educación. Las peripecias,
sucesos, anécdotas, acontecimientos y hazañas que marcaron la vida
del grande hombre que fue y es Simón Bolívar. En todo caso no es
esa nuestra intención.
Sin
embargo, sí hemos querido hacer referencia a su vida y obra; porque
son el reflejo vital de un pueblo fraguado al calor de una
revolución, y configurado por la violencia de una guerra fratricida.
Para nosotros hablar de Bolívar, no debe ser más hablar de un súper
hombre, fuera de este mundo. Hablar del Libertador, debe ser en lo
sucesivo hablar de pueblo, hablar de nosotros, o, hablarnos a
nosotros, debe ser hablar de espacio y tiempo, de contradicciones
inherentes a la condición humana. De multiplicidad, de abundantes
fracasos y efímeros éxitos. Pero también de enseñanzas
permanentes en el tiempo.
Y
para hablar de Bolívar, hemos querido, así como lo hizo hace
treinta y tres años el maestro José Manuel Briceño Guerrero en su
-RECUERDO Y RESPETO POR EL HEROE NACIONAL- observando al Libertador
la luz de Tucídides, mirarlo nosotros a la luz de Miguel Acosta
Saignes y su -ACCIÓN Y UTOPÍA DEL HOMBRE DE LAS DIFICULTADES- .
Este
magnifico ensayista, etnohistoriador, geógrafo y docente venezolano,
que escribió que “la
identidad no es la historia, sino que más bien es la conciencia de
la historia”,
nos ilumina con su maravillosa biografía de Bolívar, maravillosa
en tanto y en cuanto que es una biografía del pueblo venezolano y de
su heterogeneidad, y no adosada a un culto que cómo hemos dicho, lo
deshumaniza y lo petrifica. Así pues nos dice Miguel Acosta Saignes
que: “ No
es posible estudiar a Bolívar fuera del gran contexto político
internacional, americano y europeo, dentro del cual hubo de actuar,
ni aislarlo siquiera momentánea o metodológicamente, como solitario
de capacidades eminentes cuyo genio lo llevó a ser guía y héroe.
Así lo presentan muchos historiadores y políticos para que la
enseñanza de su esfuerzo resulte baldía y para que las masas
combatientes en el mundo de la segunda parte del siglo XX, no vean
ejemplo y enseñanza en las peleas de los esclavos, de los pardos, de
los indios, de los mestizos, quienes formaron los ejércitos de
liberación. Nosotros lo vemos como el genio resultante de muchos
sectores: el de los criollos dirigentes del proceso de libertad con
sus propios designios; el de los ejércitos mixtos, que sufrieron
infinitos sacrificios y enseñaron a Bolívar como era en realidad su
vida cotidiana… el de los esclavos que en algunas regiones lucharon
en 1813 y 1814 al lado de los ejércitos patriotas en el oriente…
y en ocasiones como durante esos mismos años en los llanos erraron
el camino de la libertad nacional, pero obligaron a Bolívar, y a los
criollos, a tomarlos en cuenta como inmensos factores en la lucha.”
La
biografía de Acosta Saignes nos presenta una radiografía de las
luchas intestinas de un pueblo que todavía no se convertía en
nación, ni tenía noción de ella, un pueblo dividido que tenía
distintos anhelos y conceptos de libertad; la libertad económica y
política de los mantuanos que, desde las reformas borbónicas y con
la instauración del monopolio comercial otorgado a la compañía
Guipuzcoana en 1730 dejaron de gozar. La de los pardos que aspiraban
a la igualdad social en relación a esa élite mantuana, negada de
facto por una sociedad impermeable en la práctica aunque con
licencia para adquirirla por medio de la real cédula de gracias al
sacar aprobada en 1795, que pretendía vender el “blanqueamiento”
social para llenar los bolsillos de un reino vaciado por las guerras
europeas. La de los negros esclavos que veían en la guerra de
independencia una salida abrupta luchando en uno u otro bando, para
escapar a una vida condenada a la esclavitud del cuerpo y del
espíritu.
Entonces,
no es el Bolívar aislado de la dinámica social como nos han querido
hacer creer. Continúa Miguel Acosta Saignes diciéndonos que
“Algunos
afirman a veces, que es preciso estudiar a Bolívar como hombre, no
como semi-dios, pero al analizarlo se quedan en rasgos personales, en
anécdotas. Los mantenedores de su culto antipopular pretenden
esculcarle hasta los entresijos del pensamiento. Según ellos, no
quiso decir esto sino eso otro; no sentía de tal modo, sino como
ellos lo imaginan. Lo cual por cierto, conduce a preguntarse ¿hasta
dónde es posible estudiar a un ser humano desaparecido en cuanto fue
su personalidad?”.
No
es posible entonces divorciar la vida de nuestro Libertador con la
del Pueblo, inclusive y necesariamente de la de su clase, la mantuana
y sus intereses. Es un Bolívar que va tomando forma y cuerpo a la
par de la masa popular, que evoluciona con ella, a la que intenta no
siempre con éxito comprender, por sus orígenes aristocráticos,
pero que poco a poco irá mimetizándose entre ella, pareciéndose
más a ella, asumiendo al lado de ella su papel en la historia. Al
respecto nos interpela el escritor de su Acción y Utopía. “¿Cual
es el papel del individuo en la historia? ¿Hacen algunos individuos
geniales la historia, convenciendo a las sociedades de lo que les
parece preferible? ¿Cuál es el papel de las masas en la historia?
¿Siguen ciegamente a los grandes guías o los impulsan con su
acción, hasta ahora no analizada adecuadamente en la mayor parte de
los casos? ¿Cuál fue el papel de los esclavos en la gran contienda
política de la independencia? ¿Cuáles fueron las realizaciones de
Bolívar correspondientes a los ideales de su clase, los mantuanos?
¿Reflejó Bolívar a su sociedad? ¿En qué sentido? ¿Entra alguna
vez Bolívar en contradicción con los sectores que lo eligieron
repetidamente como conductor?... ¿Fue Bolívar sacrificado por su
clase después de haberlo empleado…?”.
Estas
y otras preguntas son realizadas en el texto al que invitamos a
revisar para conocer más acerca de Bolívar y su contexto; lo que
es lo mismo decir, para conocernos a nosotros y nuestro acaecer. Pero
estas interrogantes sólo son pertinentes hacérnosla ubicándolas en
su debido contexto, para proyectarlas sobre nuestro propio tiempo,
haciéndolas nuestras, haciendo nuestro a ese Bolívar que tanto nos
han querido alejar.
En
el relato de Acosta Saignes tienen prioridad cuestiones ontológicas
que permiten comprender al lector el universo que rodeó al
Libertador durante la gran revolución, y que privan por encima de
los análisis áridos y estériles muchas veces repetidos de su
personalidad, o de tal o cual acontecimiento; cuestiones como el Ser
mismo del llanero, rastreando sus orígenes y afirmando que “los
primeros llaneros de Venezuela fueron indígenas”,
estudiando la formación económico-social de los llanos, y el cómo
fueron los llanos mismos la base económica que permitió el
desarrollo de la guerra.
Se
aboca a indagar en la demografía y producción de un pueblo
devastado por la guerra, de cómo el saqueo durante el terrible año
de 1814, formó parte de una nueva forma de economía de guerra,
impulsada por la gran masa de pardos, indios y negros liderados por
el primer verdadero caudillo de las masas populares, el español José
Tomás Boves, que desató contra los criollos mantuanos toda la furia
contenida en un pueblo cansado de la explotación ejercida por más
de doscientos años a manos de sus amos criollos, más que por un lejano
rey que jamás habían visto.
El
escritor busca respuestas en cuestiones que se alejan de los grandes
análisis políticos, pero que indagan el quehacer diario de las
comunidades como por ejemplo, la importancia de los cueros en la
economía colonial venezolana, o el carácter latifundista de la
tenencia de la tierra. Nos explica que no era el territorio lo que
marcaba la riqueza sino el número de cabezas de ganado que se poseía
en las postrimerías de la guerra. Intenta vincular los ejercicios
económicos de nuestra accidentada y variopinta geografía nacional,
con sus modos de vida, y el cisma que produjo la revolución en
ellos. La Importancia de la base productiva de los ejércitos
libertadores, las transacciones comerciales con las Antillas, la
titánica tarea que suponía la manutención del ejército y la
obtención de las armas para continuar la lucha, y se pasea por los
problemas de abastecimiento.
No
hay que ser muy perspicaz, para darnos cuentas que salvando las
distancias temporales, las luchas y las distorsiones que se generaron
hace más de doscientos años producto del colapso de un modelo, se
nos vuelven a presentar retos similares, porque si bien es cierto
que la historia no se repite, no es menos cierto que lo que sí
tienden a repetirse en la historia son los fenómenos.
El
Bolívar que se nos muestra aquí es un hombre que como su sociedad,
sufre un proceso de transformación espiritual, interno, condicionado
por los acontecimientos que por fuerzas históricas y no por destino
providencial le tocó vivir y liderar; En principio y
fundamentalmente fue sin lugar a dudas no solo conductor principal de
los ejércitos sino como indica El escritor fue el mayor
representante de la clase que guió a guerra de emancipación: la de
los criollos o mantuanos. M.A. Saignes sirviéndose de Marx y Engels
nos explica el por qué. “las
ideas de la clase dominante en cada época, son las ideas de esa
época. Los individuos que toman la clase dominante tienen también,
entre otras cosas, la conciencia de ello, y piensan a tono con ello;
por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el
ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan
en toda su extensión y, por tanto, entre otras cosas, también, como
pensadores, como productores de ideas, que regulan la producción y
distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean por
ello mismo las ideas dominantes de la época.”
Pero
este mismo Bolívar, es el que se irá dando cuenta, comprendiendo la
sociología de las conmociones sociales, de que la conducta de los
individuos era el resultado de muchas fuerzas cruzadas, ese Bolívar
que en 1817, resaltó extraordinariamente la virtud de la
cooperación, así como el papel del pueblo, de la gente común,
incluidos los esclavos en la lucha anticolonialista, y que como nos
comenta el biógrafo al que a su luz hemos querido ver “…
durante 1815 y 1816 los extraordinarios esfuerzos colectivos
mantuvieron vivo y combatiente el ideal de la independencia,
demostraron que la empresa ya no era sólo designio de los mantuanos,
sino de grupos campesinos, de llaneros, de pescadores, de gente
marginal, habitadora de montes y llanos, de cumbes y rochelas,
decididas a crear una sociedad distinta, hasta donde alcanzaran sus
fuerzas. Los historiadores dejan en la penumbra el sufrimiento, la
decisión, el valor increíble de esos venezolanos, y extranjeros
también, que andaban desnudos o semi desnudos, que resistían largas
temporadas con un mínimum de consumo”.
Nuevamente
los fenómenos se repiten, pero lo que no debe volverse a repetir es
que ni historiadores, ni sesudos analistas que no sufren en la
epidermis la realidad de nuestro devenir como colectivo, secuestren
nuestra historia; la de Bolívar y un pueblo que es él, porque es su
tiempo histórico la sangre en la que se bañaron los acontecimientos
que vivió y sufrió. Pero tampoco debemos admitir que rapten nuestra
historia inmediata, nuestra historia del tiempo presente, porque si
somos nosotros los que la estamos haciendo, seremos nosotros los que
debemos contarla, desde las distintas perspectivas que reflejan
nuestra diversidad como pueblo, como sociedad.
En
su cumpleaños numero doscientos treinta y tres, no nos hemos a
arriesgado a llamar a Bolívar, el Padre de la Patria, no porque no
lo sintamos como tal, sino porque partiendo del ejercicio permanente
que hemos estado realizando para la comprensión crítica y
pertinente de nuestra América latina, nos preguntamos si Venezuela
la Venezuela Bolivariana es una Patria ya conformada y no una en
formación, y que un pueblo en busca de un padre que lo guíe no
deja de ser un pueblo adolecente, que ratifica la necesidad de
dejarse conducir por un gendarme necesario. Más bien queremos
intentar sembrar la semilla de que como ha hecho alusión un
compañero en los constates debates autocríticos, en referencia a
otro gigante de nuestro tiempo (Chávez), veamos a Bolívar como un
hijo del pueblo, un hermano, y que su genio radicaba en que como el
mismo lo dijera “yo
apenas he podido seguir con trémulo paso la inmensa carrera a que mi
patria me guía. No he sido más que un débil instrumento puesto en
acción por el gran movimiento de mis conciudadanos”.
Nosotros pensamos que su grandeza no se explicaba por fuerzas
sobrenaturales, sino porque como nosotros, sirviéndonos de la frase
de Nietzsche el Libertador fue “Humano demasiado Humano”.
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