Mi compadre Juan
Valero y la revolución
Capítulo 1
Yo estaba muy
aburrido en Caracas porque no había podido conocer personalmente al comandante
Chávez y, mucho menos había logrado, que él leyera mi conferencia: “¿Por qué en
Colombia nunca quisieron a Bolívar?”
Me había conseguido
dos amigos comunistas, no de los comunistas de influencia soviética, sino de
una nueva versión «crítica» del comunismo. Ellos, al principio, estaban dudando
de ayudarme a conseguir trabajo, porque “un bolivariano caudillista –como era
yo- era un impedimento para desarrollar la lucha de clases”.
Cuando Chávez le
dijo a los comunistas que él quería hacer una revolución ellos le pusieron la
cara más seria que tenían y le dijeron que no, “que primero había que esperar a
que se dieran las condiciones objetivas y subjetivas para…” entonces Chávez,
los miró así como cuando él miraba con esa sonrisa espontánea y burlona, y les
dijo: “entonces yo voy a hacer la revolución sólo sin ustedes”. Y cuando años
después, Chávez ganó sólo la revolución, estos mismos comunistas le pidieron
una cita para que él los dejara -ahora sí- participar en la revolución. Pero
como Chávez no era bobo y sabía que ellos lo único que querían eran puestos en
el gobierno, entonces Chávez no los atendió, pero, sí ordenó que les dieran
alguna cuota burocrática en uno de los tantos ministerios que él se inventó. Y
cuando estos comunistas se dieron cuenta que ahora eran nómina de la
revolución, pelaron sus dientes y se compraron una franela con la imagen de
Chávez y unas boinas rojas de esas baratas que se conseguían en el centro.
Un día, uno de mis
amigos comunistas «críticos» me invitó a tomar unas cervezas en el centro, en
un restaurante de italianos, donde no se vendía comida sino cervezas y donde la
gente jugaba cartas y dominó. Los italianos como siempre, tan blancos y tan
elegantes, cuando nos vieron entrar por la puerta, nos miraron como con cara de
ahí llegaron dos nadies. Nosotros éramos los únicos negros y bajitos de ese
lugar. Mi amigo comunista, estaba muy orgulloso de su identidad revolucionaria
y siempre hablaba duro con un tono de voz como la voz de Vito Corleone. Y me
dijo muy despacio: “colombiano te vamos a ayudar, pero olvídate de enseñar a
Bolívar, estamos de Bolívar hasta los huevos, volvete serio y apréndete de
memoria nuestro último manifiesto crítico de la revolución. Nosotros somos
chavistas, pero temporalmente, tenemos hombres en cada una de las partes del
gobierno, pero no porque nos interese trabajar, sino porque queremos ir ganando
posiciones estratégicas para cuando se den las condiciones objetivas y
subjetivas. No hables tanto colombiano que vos sos muy boquiabierto. Al
principio no te van a pagar porque primero te deben conocer, ya después con el
tiempo si te haces querer, de pronto te pagan, mientras tanto ve conociendo a
la gente, colombiano, y vete leyendo este manifiesto crítico de la revolución
que lo acabamos de hacer”. Yo le dije que bueno señor, que gracias por ayudarme
y que sí me podía tomar otra cerveza, de esas que vienen en las botellas
azulitas, y él me dijo que sí, pero que una no más porque los revolucionarios
no podíamos ser borrachos.
Un día yo estaba
sólo por la noche en un hospedaje de un canal comunitario en Caricuao pensando
en una muchacha y mi amigo comunista me llamó y me dijo que organizara mis
maletas que nos íbamos para Guárico al otro día cuando saliera el sol, que nos
íbamos a encontrar en la estación del metro que se llamaba La rinconada. Ya no
me acuerdo porque esa noche yo tenía plata y me compré una botella de cocuy del
barato del que venden en una botella de plástico, de ese mismo Cocuy que me
había enseñado a tomar mi amiga Yakelin, entonces terminé borracho escuchando
unas canciones de Mercedes Sosa y escribiendo un diario que solo leían cuatro
personas.
Cuando salió el sol
en Caricuao yo me levanté con un guayabo muy duro, pero no se llamaba guayabo,
sino ratón, porque en Venezuela uno no se levanta enguayabado sino enratonado.
No tenía con que desayunar entonces lo único que tomé fue de esa agüita fría que
sale en chorrito de una maquina cuando uno le aprieta un botón. Iba muy triste
porque a pesar de todo yo había vivido muy bueno en Caracas. Me había
conseguido una novia argentina pero que solo me duró una semana porque ella se
había ido para Venezuela era a pasear y no hablar de política y yo nunca tenía
un Bolívar para invitarla a nada. Me había conseguido unas buenas amigas para
beber y comer, que me ayudaron a vivir en Caracas. En seis largos meses solo
pude acostarme dos veces con una mujer, una vez con la argentina pero ella se
enojó porque yo no sabía follar, y con otra que era, para desventaja mía, muy
buena persona pero muy vieja. En ellas iba yo pensando triste, con mi única
maleta, y con un cuadro de Bolívar que yo cargaba para todos lados, para que la
gente se acabara de convencer de que yo era bolivariano. Pero ese cuadro me
estorbó mucho en el metro de Caracas y la gente que siempre se levantaba
malhumorada para ir a trabajar, porque ciertamente trabajar es muy maluco y por
eso es que le pagan a uno, me miraban con rabia por mi cuadro de Bolívar. Pero
yo me aferraba a él porque ese cuadro de Bolívar era lo único de valor que yo
tenía en la vida. Cuando mi amigo comunista me vio llegar con el cuadro de
Bolívar, se ofuscó, y me miró con cara de este colombiano si es güevón. Me dijo
sin disimular su enfado que el cuadro no iba para Guárico que él me lo guardaba
en su apartamento de revolucionario en Caracas, y yo le dije que no, que yo ese
cuadro no lo soltaba por nada del mundo, y lo miré con cara de que yo no confío
en usted. Él siguió enfadado, y apresuró el paso, y yo lo seguí con mi cuadro y
con mi maleta.
Yo estaba muy
asombrado porque yo pensaba que en el Llano uno veía muchas vacas, pero en este
Llano solo había manga. En todo el camino no pude ver ni un sólo animalito. Yo
iba muy incómodo en el bus porque tenía una necesidad apremiante de ir al
excusado, pero todos los baños de las terminales de transporte en Venezuela
nunca tienen papel higiénico, es que ni pagando tienen. Y yo pensaba muy
afligido preguntándome a mí mismo qué carajos iba a dejar yo en el excusado si
lo único que tenía en la barriga era Cocuy y agua fría de chorrito. Mientras
tanto mi amigo comunista me hablaba de cómo el camarada Stalin no era tan malo
como decía la gente, que incluso el camarada Che Guevara admiraba mucho al
camarada Stalin, que incluso llevaba una estampita del camarada Stalin en su
billetera en la selva. Yo miraba a mí camarada amigo comunista con cara de
filósofo preocupado y él se alegraba porque yo estaba aprendiendo del
comunismo, pero mi cara de preocupado era porque yo quería ir a un excusado
limpio y con papel higiénico. Al rato yo no sé de donde saqué voluntad y le
dije a mi amigo comunista qué por qué este Llano tan grande no tiene ni una vaca
y él me dijo: "¡Ay¡ colombiano usted si es bruto, las vacas están en el
Apure, en Guárico sólo hay maíz". Yo lo miré con asombro y volví a mirar
por la ventana del bus.
Capítulo 2
Cuando uno veía, por
casualidad, a un presidente de una empresa grande en Colombia, uno veía a un
pavo real vestido de corbata, lentes oscuros, cabello rubio, dientes blancos
resplandecientes y una mirada de desdén por el resto del mundo, que uno pensaba
que a esos señores, solamente les hacía falta hacer milagros para que los
confundieran con dios. De esto me acordé cuando mi amigo comunista me presentó
al presidente de la Empresa Socialista de Riego Río Tiznados y a su equipo de
gerentes y asesores. Al contrario de los empresarios colombianos, los
empresarios venezolanos mostraban en sus atuendos y en sus poses, una
espontaneidad, una rudeza, una jovialidad tan esplendida que uno con ellos, sí
que quedaba asombrado de verdad; ellos, con unas características más de
caudillos que las que tenían los señoritos empresarios, hijos de papi, que se
ven en Colombia. Claro está, que estos empresarios que yo estaba conociendo en
Guárico eran llaneros, chavistas y revolucionarios. No digo que en Caracas no
haya otro tipo de empresarios, igualitos a todos los del narcicismo del capitalismo.
Pero no, éstos que acababa de conocer que eran pueblo pueblo; pueblo con plata.
Ellos vieron llegar primero a mi amigo comunista que me adelantó el paso, ellos
lo respetaban un poco; no mucho, me enteré después, pero sí lo respetaban un
poco, porque era un camarada de la ciudad, cuota burocrática del chavismo. Mi
amigo comunista me había dicho, antes de llegar, que esos gerentes de la
empresa socialista eran en jerarquía inferiores a él, pero que ellos no lo
sabían. Yo lo miré con asombro, pero luego me enteré que los que tenían
verdaderamente poder eran ellos y no se daban tantas ínfulas o por lo menos no
se la daban con la palabra. Así llegamos pues, yo llegaba arrastrando mi maleta
y mi cuadro de Bolívar, hasta que llegué donde los gerentes, estaban en un
galpón, el día era soleado, estaban echando bromas, y no como he dicho, en una
sala de juntas encerrados, sino como si estuvieran en una gallera, ellos me
miraron y al verme con ese cuadro de Bolívar, me vieron como cuando uno ve
llegar un niño con un juguete, o sea que no me admiraron en ese primer instante
como bolivariano, sino que me vieron con afecto, porque me veían como un niño
de cuatro años exhibiendo su juguete predilecto. Yo les sonreí y les dije mi
nombre, pero ellos nunca me lo escucharon y desde ese instante me bautizaron
“Colombia”.
Mi amigo comunista
me hizo un recorrido por las instalaciones de la empresa, luego me dejó solo a
ratos para él sostener unas reuniones “secretas” donde yo no podía estar. Y yo
ahí calladito, en unas habitaciones que serían mi “vivienda” durante dos largos
años y medio (pero eso no lo sabía aún); estaba pues ahí yo desempacando mis
libritos, mis deshilachadas prendas y mi cuadro de Bolívar, que de tanto
ajetreo, el óleo seco en algunas partes del rostro del Libertador ya se estaba
resquebrajando. Mi amigo comunista finalmente, antes de irse, me iba indicando
con cautela, quién era quién en la empresa, “colombiano, aquel es peligroso,
cuidado qué habla con él; aquel otro es muy importante, se discreto con él;
aquel otro es insignificante pero es muy chismoso…. aquel otro es muy
peligroso, etc.” me hizo tantas advertencias, que yo me confundí y con los
peligrosos no tuve cuidado y con los no peligrosos le temí y me alejé de ellos,
total que los confundí a todos, como se verá después, para suerte mía; si yo le
hubiera hecho caso en todo a mí amigo comunista, no hubiera durado allá tres
días, pero como fui yo, así como soy yo de desfachatado, y por eso mismo allá
triunfé. Mi amigo, camarada comunista, al otro día se fue, se regresaba para
Caracas, me dejaba instalado en lo profundo de los Llanos centrales
venezolanos, en la profundidad de la revolución. Yo sentí un alivio cuando mi
amigo comunista se fue, me tenía mamado, (no mamado de mamar) sino la palabra
“mamado” que utilizamos en Medellín para decir que otro lo tiene a uno cansado
por su intensidad. Ah pero antes de irse, me dijo en el lenguaje de su
misterioso comunismo, que teníamos que elegir un alias para mí, y me sugirió el
alias: “Zamora”. Como yo ya sabía quién era Zamora, no hay que olvidar que yo
era historiador. Yo no quería que me confundieran con el primer Zamora,
entonces le dije que no, que Zamora no, que mejor: “Zamora II”. Él me miró con
cara de desconsuelo y de ¿¡ay! de dónde me sacaría yo a este colombiano loco?!
No me dijo nada más y se marchó.
Tengo que decir en
pocas palabras ¿qué era –cuando yo la conocí- la Empresa Socialista de Riego
Río Tiznados? ¿Cómo era esta empresa que sería mi hogar en Venezuela durante
dos años y algo más? Lo tengo que decir con pocas palabras, porque el autor de
ese cuento necesita que esto sea un cuento, no una novela, ni un ensayo de un
historiador lleno de argumentos, el autor de este cuento, necesita contar esta
historia con brevedad y con desfachatez, así como es él en esencia, antes de
ser historiador.
A los pocos días de
estar en la empresa vi a un hombre caminando con una mirada altiva, el ceño
fruncido, un bigote que se cerraba en estilo candado, bien cuidado como si
fuera el de bigote de un francés, una mirada seria, mezcla entre un Don Juan y
un dictador. A este hombre le faltaba su brazo izquierdo, todo el brazo
completo no estaba desde el hombro, pero en su caminar, en sus movimientos este
llanero soberbio e imperioso se movía como si no le faltara un brazo. Este
hombre se llamaba Juan Valero, era el gerente general de la empresa.
Días después, conocí
a otro gerente, éste era el gerente de producción, este casi no se veía en la
empresa, se mantenía en el campo, era un hombre robusto, con características
indianas, era astuto, jovial, escurridizo, un día por la ventana, que era su
oficina, la que nunca utilizaba, desde esa ventana me llamó, “¡Ey! ¡Colombia!
Ven”, y me lanzó una bolsa pequeña, en su interior había un cepillo de dientes
nuevo, y una crema de dientes, nueva también. Yo me quedé sorprendido. Este
hombre, caudillo de pura cepa, se había enterado de los penurias domesticas que
yo vivía ahí, que tenía un cepillo viejo que traía de Medellín, que ya era más
base de plástico que hilos para cepillar. Este gerente generoso y solidario con
el colombiano se llamaba Jean Carlos Díaz.
Antes de que Chávez
hiciera la revolución, en estos Llanos, los godos (es decir, los de la IV
República) habían construido una represa para darle agua a las tierras secas del
llano, así como lo hacían todos los godos, esta represa quedó incompleta en sus
canales de riego y sólo era pensanda para beneficiar a los mismos ricos
hacendados de siempre. Como Chávez amaba el llano y pensaba en todos los
rincones olvidados del país, ordenó reactivar la represa y terminar de
construir los canales de riego, y contrató a una constructora canadiense para
que construyera un complejo agroindustrial con los estándares de la más alta
calidad productiva del mundo, con nueve silos con la capacidad de acondicionar
y procesar cincuenta y cuatro millones de kilos de maíz. El lugar era hermoso,
me dan ganas de acompañar este cuento con fotografías del lugar, pero mejor no,
para no distraer al lector, después agregamos las fotografías en una edición
conmemorativa del cuento.
Los llaneros siempre
hablan como cantadito, en voz fuerte y como cantadito, como si todo lo que
hablaran fueran versos para una canción llanera. Hablaban poco, hablaban o para
echar bromas, o para estar en silencio, mejor de plano ya no hablaban y lo
miraban a uno con desdén, para luego volver a sonreír y volverle a echar una
broma a uno. Una de las bromas que más les gustaba jugarme era con el verbo
“coger” de coger alguna cosa, o esperar en carretera para que lo “recogiera” alguien,
y los antioqueños utilizamos mucho el verbo “coger” del significado “coger”
pero con total inocencia. Pero para los llaneros el verbo “coger” en cualquiera
de sus acepciones o contexto significa “copular”. Yo tuve que ir eliminando
paulatinamente de mi léxico el verbo “coger”. Los llaneros también, cada vez
que tienen una discusión, hablan como si estuvieran peleando, pero no pelean de
verdad, hablan como si se fueran a dar golpes, pero no se dan golpes, sino que
hablan así. Tenía razón, Fernando González, cada venezolano lleva en su alma un
dictador. A propósito de dictadores. Debo hacer un paréntesis en este cuento.
Al autor de este cuento, siempre le ha parecido que es más conveniente para un
pueblo tener un dictador de izquierda en el poder, que un presidente de derecha
elegido por votos en una democracia. El autor de este cuento aprendió con
Bolívar que la democracia moderna es una farsa. Fin del paréntesis. Todos los
comunistas e intelectuales que llegaban a Tiznados, tarde o temprano, fracasaban.
Yo no fracasé porque yo intuitivamente había dejado mi ego de intelectual,
guardado en mi maleta con mis trapos, con mis libros y con mi cuadro de
Bolívar. Yo, recién llegado a la empresa, le presenté a todos -a obreros y a
gerentes- una conferencia que titulé: “La importancia geopolítica de la
revolución bolivariana en el mundo”, allí saqué todas mis dotes de cuentero y
erudición, y fasciné a más de trecientos llaneros que me escucharon alrededor
de una hora en completo silencio y luego me aplaudieron como si no hubiesen
estado escuchando a un historiador colombiano, sino como si les hubiera acabado
de cantar Vitico Castillo. Después de eso instantes de gloria. Juan Valero, con
su altivez alzó la única mano que tenía y dijo fuerte: “Muy bien todo lo que dices
colombiano, admirable, te felicito… pero en el llano hay un dicho que dice:
colombiano que no la caga a la entrada la caga a la salida” y todos los
trecientos llaneros que habían allí se echaron a reír a carcajadas, tanta que
hasta yo me puse a reír. Yo, que soy un hijo de padre campesino, de abuelo
campesino, y yo que ya sabía, que por neurosis urbana, era un completo desastre
para las tareas físicas, que era intelectual, pero porque no sabía “coger no”
tomar un martillo, por eso era intelectual, decidí a provechar que estaba en
una empresa agrícola, le pedí el favor a los asesores cubanos que en las
mañanas me enseñaran a labrar la tierra y me enseñaran a sembrar. Así que yo
por las mañanas era agricultor y para las tardes dejé el historiador, así que
por esa sola razón, triunfé con los llaneros, porque yo antes de hablarles
“paja” como dicen ellos, yo lo que hice fue ponerme a trabajar la tierra como
ellos. Un día me fui para el área donde sembraban tomate a cielo abierto, en
una planicie de doscientas hectáreas donde no había un solo árbol para hacer
sombra, cuando yo llegué el coordinador de ese espacio me dijo, como con un
poco de respeto por mi autoridad intelectual, y me dijo: “no, Colombia, usted
no se ponga a pasar trabajos duros, usted acá nos sirve como supervisor del
personal”. Y yo le dije que no, que dé ni ninguna manera. Que yo iba a ser el
trabajo duro como todos. Menos mal que en ese tiempo mi columna estaba sana y
pude agacharme repetidas veces, en esa inmensa planicie, bajo el sol inclemente
del llano, plantando aquellas plantulitas de tomate que nunca se irán de mi
memoria. Otro día con Matute el jefe de la cocina de la empresa y con sus
cocineras, ya que me habían tomado afecto por ser aquel “Colombia” loco, un día
me puse a explicarles cuál era la diferencia entre capitalismo, socialismo y
comunismo. Ellos me miraban asombrados porque por fin entendían eso. Pero luego
Matute con su sonrisa lúcida y con su acento de llanero me dijo: “¿Colombia
pero de qué te sirve tanto, saber tantas cosas, si después te da miedo ir a
cazar de noche con nosotros a conseguir la comida que nos estamos comiendo?”,
se reía con afecto de mí, mientras me daba otra deliciosa arepa llanera. Y yo
aprendí ahí, que un hombre que no sea capaz de conseguir él mismo la propia
comida que se come, no sirve de nada, por más ilustrado que sea.
El presidente de la
Empresa Socialista de Riego Río Tizando se llama Juan José Jiménez, es un
hombre gigante, sonriente, pero que cuando está bravo, hasta las piedras se
esconden, en el fondo es un hombre tierno, muy enamoradizo y muy querendón de
los amigos y de la familia. JJJ sí es el verdadero líder de esta región del
llano, en verdad tiene un alma de dictador, un dictador bueno de izquierda.
Pronto yo aprendí a quererlo y admirarlo, aunque le ocasioné algunas rabias. Un
día en una de la reuniones, el como buen caudillo sabía cuándo darme la palabra
y cuándo no, cuándo debía ocultarme, por bienestar de ellos y el mío además. Un
día que me dio la palabra, yo le dije delante de todo el mundo, que a mí me
parecía una injusticia que en esa empresa que era socialista, no había equidad
para dormir, dado que allá en las habitaciones en la empresa había tres tipos
de seres humanos, según durmieran, los seres humanos de primera categoría que
tenían una habitación sola para ellos con aire acondicionado, los seres humanos
de segunda categoría que dormíamos de a veinte en una habitación más grande con
aire acondicionado (en esta categoría me encontraba yo), y finalmente los
ciudadanos de tercera categoría que dormían en alguna litera en el corredor sin
aire acondicionado). JJJ se paró furioso de la mesa porque yo me atreví a
señalar ese defecto del socialismo y todos temimos que ese gigante me echara a
patadas de ese lugar, pero no, sólo defendió airadamente, que poco a poco se
irían acabando los privilegios, empezando por él. Igual la discusión con el
tiempo sirvió porque de la empresa desaparecieron los seres humanos de tercera
categoría y solo quedamos los de la primera categoría y los de la segunda
categoría.
JJJ era, o sigue
siendo donde esté ahora mismo, un gran hombre noble, llanero auténtico, un buen
hijo de Chávez, y si tiene suerte llegará muy alto, un dictador de izquierda,
como aquellos, que está convencido el autor de este cuento, nos serían más
benéficos a nuestros pueblos, que los por ejemplo, demagogos cobardes
sinvergüenzas corruptos de derecha que hemos tenido en Colombia elegidos por la
democracia “pura”, que nos han conducido a tantas calamidades.
Yo decidí, desde que
llegué a la empresa (julio de 2012) decidí que hasta el glorioso día 7 de
octubre de 2012, cuando Chávez triunfaría por última vez en las urnas, y fuera
proclamado, elegido nuevamente como líder supremo de la República Bolivariana
de Venezuela, yo, durante esos meses no me iba a preocupar por conseguir
trabajo, sino que me iba a dedicar a disfrutar de la vida llanera, de mi
aventura venezolana, por ahí escribí un diario, que tiene algún valor, pero aún
escribía como historiador serio, iba a disfrutar de una de las campañas
presidenciales más apasionadas de la izquierda en América Latina, la última
campaña presidencial del comandante Chávez.
Yo, creía que el día
del triunfo de Chávez, en la noche del 7 de octubre, JJJ iba a hacer una fiesta
descomunal que duraría como 8 días. Pero no, para asombro mío, esa noche en la
empresa no pasó nada. JJJ con esa cara de serio que él ponía, me dijo: “No,
Colombia, mañana vemos como celebramos, recuerda que esta empresa es del Estado
acá no podemos estar “jartando” (bebiendo)”. Yo entonces sentí mi felicidad
inmensa porque había ganado Chávez y como pude me fui a dormir. Pero al otro
día, cuando madrugué a donde Matute a desayunar, de las habitaciones a la
cocina y al comedor había como diez y siete cuadras, iba yo caminando cuando me
paró en seco, un conductor de la empresa, alegre, el más llanero de los
llaneros, y llevaba consigo una botella de “Chimeniao” un brandy barato, que no
era brandy original, sino una juagadura, mezcla de agua, colorante de brandy y
mucho alcohol. Ese día, el llanero me dijo: “Colombia que te vas a ir a desayunar,
vamos a celebrar el triunfo del comandante”, yo no lo dudé y me monté a ese
camión y en ayunas comencé a tomar Chimeniao. Ese día increíblemente yo tenía
en mis bolsillos como 800 bolívares, en billetes de esos verdes bonitos, de
cincuenta bolívares, y todo ese dinero nos lo compramos en Chimeniao. Era tanta
la embriaguez al medio día que ya no recuerdo muy bien el rumbo de los
acontecimientos, al llanero que iba manejando el camión y que me metió en el
vicio del chimeniao, efectivamente días después lo despidieron de la empresa
por la falta grave de irse a beber con un colombiano y en un carro oficial. Fue
tanta la borrachera que nos fuimos para otra represa, que quedaba a tres horas
de la empresa, la represa de Calabozo que es inmensamente bella como un mar.
Era tanta mi irracionalidad, que yo que no sé nadar, me tiré a “nadar” a la
represa corriendo el riesgo de morir ahogado ebrio, o comido por un cocodrilo;
pero no, sobreviví; para fortuna de ustedes desconocidos lectores que están
leyendo este cuento años después. En la noche regresamos borrachos como
caballos asoleados aun en el camión, llegamos a uno de los pueblos cercanos, y
allí estaban todos los trabajadores de la empresa con JJJ celebrando. En el
círculo más íntimo de JJJ estaban tomando el mejor wiski. Yo, con una
borrachera de un día, me le acerqué a JJJ, y le dije delante de todo el mundo
estas palabras: (las que me contaron luego, que les dije, porque obviamente no
me acuerdo de nada esa noche) “¡¡¡¿Juan esta es la revolución socialista de ustedes!!!?
¿¡¡¡Ustedes los gerentes tomando wiski y nosotros, el proletariado, tomando
esta mierda de chimeniao!!!? Cuenta la leyenda, que JJJ con mucha calma, le
ordenó a sus escoltas que se llevaran al colombiano a la empresa a dormir
porque se había pasado de tragos.
El 8 de octubre de
2012 yo me levanté con el más fuerte guayabo (ratón) de mi vida y con la mayor
vergüenza y el más grande sentimiento de culpa que pudo haber tenido un ser
humano en su existencia, me levanté muy temprano, me bañé, me cepillé los
dientes con mi cepillo de dientes que me había regalado Jean Carlos, obviamente
el tufo no se me quitó con la cepillada, y me dirigí muy lentamente, con los
pasos más lentos de mi vida, muy despacio, casi que caminando para atrás, hacia
la oficina de JJJ, eran las siete de la mañana.
Capítulo 3 (final)
Un día por la mañana
en el Estado Barinas un par de carajitos se fueron al pueblo a averiguar qué
había que hacer para hacer la primera comunión, antes de llegar a la plaza
encontraron un muro a medio hacer, una construcción abandonada, era un muro
largo, de esos muros que cuando uno es chamo, le dan ganas a de atravesarlo
como si uno fuera un acróbata. Juan Gabriel Valero Montilla se cayó, su brazo
izquierdo sufrió un golpe muy duro por la caída y se hizo una herida fea. En
medio del susto y sin ningún adulto se fueron para el hospital. Un médico
inconsciente o negligente o de plano bruto, le enyesó el brazo al muchachito
con una herida abierta y lo mandó para la casa. Valero seguía mal, no se
imaginaba que con el paso de los días, debajo del yeso, una herida le estaba
pudriendo su brazo. Cuando se dieron cuenta de la bestialidad que cometió aquel
“médico”, ya era muy tarde. Mi compadre Juan Valero estuvo a punto de morir. La
única posibilidad de salvarle la vida fue cortarle su brazo izquierdo desde el
hombro, casi que desde el corazón.
- Juan José yo estoy
muy avergonzado con usted, quiero ofrecerle excusas, yo estoy muy agradecido
con la vida que me han posibilitado en esta empresa. Es que yo estaba muy
contento por el triunfo del comandante Chávez, usted sabe, Juan, todo lo que yo
admiro a Chávez, por eso yo vine acá. Perdóneme Juan, yo le prometo que una
borrachera así no la volveré a tener. Créame Juan. Perdóneme Juan.
- Tranquilo chamo,
no pasa nada.
- Gracias Juan. Yo
le quería decir otra cosita. Se acuerda que yo le dije que yo iba a disfrutar
de la campaña y aprender de los llaneros, pero solo hasta que ganara Chávez de
nuevo la presidencia. Pero ya después de esto, yo tengo que conseguir un
trabajo, Juan. Sé que no es el momento más apropiado, más aun que anoche metí
la pata, pero bueno, Juan, acá estamos.
En este punto JJJ se
sonrió burlonamente y puso su cara de serio y me dijo: “Sí, Colombia, tranquilo,
luego vamos mirando eso”. Yo agaché mi rostro, salí con mi tufo y con mi alma
acongojada.
Días después y para
desgracia mía, mi amigo comunista de Caracas, mandó a otro camarada para la
empresa. Este nuevo compañero era un ex sindicalista del metro de Caracas, era
de esos gordos de cachetes rosados con cara de buena vida, con cara de que
nunca han trabajado en la vida. Se acercó sigilosamente a mí y casi que en tono
secreto me dijo: “Camarada Zamora, he venido para que empecemos a coordinar
juntos las estrategias para la tarea de formación e identificación de los
posibles cuadros revolucionarios en Guárico. El camarada F me ha dicho que
usted ya ha avanzado en la tarea, recuerde compañero que la dialéctica nos
ordena que……” Este nuevo amigo comunista al parecer sabía mucho de Hegel y de
Marx, pero era muy flojo, le daba ladilla (pereza) ir a desayunar a Piscícola
porque “eso era muy lejos”, y eso eran como siete cuadras no más. Se levantaba
a las diez de la mañana y procuraba no
salir al campo. Se atrincheró en la radio de la empresa porque allí había aire
acondicionado y un televisor. Obviamente a este compañero comunista, yo le
huía, tanto que un día el camarada de cachetes rosados me dijo: “Camarada
Zamora tengo la impresión de que usted no quiere hablar conmigo, que usted no quiere
hacer la tarea política que nos encomendaron”. Y yo le dije ya con cara de
enojado, que cuál tarea política, que yo lo que estaba buscando era asegurar
que me dieran trabajo, que yo ya no quería vivir más de aventura ni en los
Llanos ni en ningún lado de Venezuela. Y le dije que apenas yo tuviera
asegurado una estabilidad laboral, ahí si hablaríamos de política, de marxismo,
o de lo que él quisiera, pero que antes no, que no hablaríamos de nada. El
gordo pendejo, en vez de dejarme tranquilo, me replicó “que estaba en
desacuerdo con mi incoherencia revolucionaria” que recordará las palabras del
camarada F, “que nos había traído al Guárico con el único objetivo de que
reclutáramos nuevos cuadros para nuestro movimiento comunista vanguardista (le
faltó decir antichavista)”. Y yo que a veces me pongo mal humorado, sobre todo
cuando un gordo flojo sudoroso me está hablando pendejadas, le dije: - Mire,
hermano (le dije con mi mejor acento antioqueño) yo de política no hablo con
cualquiera. Y me fui para otro lado.
La salvación de mi
compadre Juan Valero fue su mamá. Su papá estaba muy triste y no logró (no
porque no quisiera) en ese momento orientar a su muchacho que había perdido su
mano izquierda. Pero la mamá de mi compadre, no lo trató con pesar, por el
contrario le exigió más. Ella se amarraba su mano izquierda y le enseñaba al
muchacho como hacer las tareas domésticas, le prohibió cualquier signo de
tristeza lastimera y le dio la mejor lección de vida a mi compadre. “A uno le
puede faltar una mano, pero a uno no le puede faltar la gallardía, la
dignidad”. Es decir la verraquera, la arrechera (esta última en sus dos
posibles acepciones: el ímpetu sexual y el coraje para emprender cualquier
trabajo por más duro que sea). Así fue como mi compadre, que de niño daba
muestras de ser un malandrito, al perder su mano, ganó en otras cosas, se
convirtió en un verdadero revolucionario. La tarea de enseñanza de coraje de su
madre, luego sería complementada con una formación política que mi compadre
recibió en el Frente Francisco Miranda, frente creado por el comandante Hugo
Chávez para preparar la juventud que defendería la revolución. Mi compadre Juan
Valero tuvo la inmensa fortuna de irse a formar a Cuba y pudo escuchar un día
completo, en persona y a pocos centímetros de él, al comandante Fidel Castro.
Yo aunque nunca siento envidia, siento que por esto si me daría envidia de mi
compadre, que pudo conocer de cerquita a Fidel, pero a mí no me da envidia, yo
no sé qué es eso.
Mi compadre Valero
no solo aprendió la disciplina revolucionaria, también aprendió a hacerle honor
a su nombre, se convirtió en un don Juan. Mi compadre así y sin mano,
actualmente ya tiene siete hijos de seis mujeres distintas. ¡Ay! ¿Cómo fuera mi
compadre con sus dos manos? ¡Si con una sola mano y vea lo que hace y lo que le
falta por hacer! ¡Salud mi compadre donde sea que estés a esta hora! Tu
compadre colombiano está escribiendo lleno de amor por Chávez, por la
revolución por vos.
En la Empresa
Socialista de Riego Río Tiznados yo tuve el privilegio de conocer a dos
auténticos revolucionarios. Mi compadre Juan Valero y mi compadre Jean Carlos
Díaz. Mi compadre Jean Carlos me llevó para la ciudad de Calabozo, allí me
enseñó a sembrar, allí me enseñó a amar al campo, con él yo sembré arboles de
guayaba, me enseñó a ser papá, me enseñó el valor de tener una familia bonita,
me mostró el coraje que uno debe tener para criar a los carajitos. Mi compadre
Jean Carlos sin hablar pendejadas dogmáticas marxistas me mostró como son los
hombres revolucionarios, como son los verdaderos hijos de Chávez.
Mi compadre Juan
Valero me llevó a Barinas me mostró la alegría de vivir, me mostró la euforia,
me mostró la pasión; por ahí un día nos chocamos en su camioneta contra un
árbol, siempre salimos ilesos, felices. Mi compadre Juan Valero me enseñó como
gobernar, me enseñó la autoridad que debe tener un guerrero, mi compadre me
enseñó cómo ser valiente en la lucha y como ser un poeta al mismo tiempo. Mi
compadre Valero me enseñó a ser llanero. Sin carajadas, sin palabrerías, sin
“teorías”, sin pajas marxistas. ¡Mi compadre Juan Valero me enseñó a vivir,
carajo!
Un día descubrí que
el camarada bajito comunista de voz ronca que me llevó de Caracas a Guárico,
fue el mismo que impidió en un primer momento que JJJ me contratara en la
empresa. Porque contrataron al camarada gordo de cachetes rosados que no servía
para nada, que solo servía para hablar mierda dialéctica. Un día yo me llené de
valor y llamé al camarada comunista F y le dije que por el hecho de él haberme
traído al Llano él no era mi dueño, le recordé que yo llegué a Venezuela
solito, con mi cuadro de Bolívar. Qué yo era un hombre libre, que yo era
chavista, que afortunadamente yo no era un militante comunista de partido
confesional. Que yo era un comunista pero que yo no era un comunista de
iglesia, que yo era comunista de sangre como lo era mi amigo Rodrigo
Saldarriaga. Pero que iba a saber ese pendejo quién era Rodrigo Saldarriaga. Yo
le colgué. Por primera vez me puse muy bravo con mis amigos comunistas de la
ciudad, con mis amigos comunistas de la libreta trasnochada del marxismo
religioso. Pero JJJ supo la verdad, supo que esos comunistas eran unos pegados,
y echaron al camarada de cachetes rosados y me contrataron a mí. Por justicia y
reconocimiento a mi franqueza, a mi pasión a mi fuerza revolucionaria
colombiana, por mi amor colosal por Bolívar me contrataron a mí. Yo fui
designado como formador político de la Empresa Socialista de Riego Río
Tiznados. Empresa creada por el comandante Chávez en los llanos centrales
venezolanos.
En una mañana
soleada mi compadre Valero me hizo madrugar para llevarme para Barinas, y me
dijo, compadre vamos a parar a desayunar en un restaurante de compatriotas
tuyos, de unos colombianos que pusieron un restaurante en una carretera del
llano, en el camino que va a Barinas. Un lunes a las siete de la mañana,
gracias a mi compadre Juan Valero yo conocí a una muchacha hermosa de mi tierra
antioqueña, le compré a la muchacha media de aguardiente original de mi tierra
y me enamoré de ella. Me enamoré perdidamente de mi diosa del Olimpo. ¡Ay
compadre cuántas cosas en la vida te debo!
Compadre de pronto
este cuento no es la novela que tú esperabas que yo escribiera, pero compadre,
este cuento, así todo desordenado y desfachatado es un cuento compadre que te
lo escribo con mucho amor, un cuento que lo he escrito en algunas madrugadas
escuchando música llanera, de esa música llanera que escuchábamos y que ahí
mismo nos daba ganas de beber compadre.
Compadre Juan Valero
este cuento es para usted, para nuestro comandante Chávez.
Compadre entiéndame,
que uno con el tiempo se da cuenta que uno no escribe lo que quiere sino lo que
puede, compadre. ¡¡¡Arpa compadre, arpa, arpa compadre, que suene el arpa
compadre, que estamos contentos compadre!!!
Frank David Bedoya Muñoz