miércoles, 1 de febrero de 2017

Del ser de la modernidad al ser de liberación nuestro-americano. Por Carlos García.




Hace algunos años atrás, en un viaje por la piel de Nuestra América, emergió en mi, la necesidad de des-cubrir otros mundos de vida cotidianos, o cómo dice Peteco Caravajal “otros cielos, otras aguas, otros pueblos, otras miradas” que habitan en cada uno de los territorios de nuestro continente. En tal viaje, fui encontrándome con pueblos enteros, con historias y mundos que no existían para mí anteriormente, porque el mundo de vida cotidiano en el que fui constituido, negó y encubrió todas aquellas otras realidades, pero que desde el sentir eran para mi familiares. 


El encuentro con otros pueblos y mundos de vida en aquél viaje me invitaron a comenzar a ad-mirarme (ir más allá de lo que se mira) e iniciar otro viaje, el de la búsqueda de ése que soy en cada caso. En el periplo inciado y que tal vez lleve la vida entera, he dado cuenta que mi modo de ser obedece a una impostura, a un ser impuesto desde afuera y calzado forzosamente, para hacer de mí, un ser que no soy. Ése ser que no soy, es el ser de la modernidad que todos tenemos alojado de alguna manera, y que nunca termina de ajustarse completamente, y es porque ése ser, propio del mundo de vida europeo, en nuestro caso es impuesto, inoculado, no responde a nuestra realidad, es decir, en el fondo estamos siendo algo que no somos.

¿Por qué pasa esto? Porque la modernidad nunca fue un proceso integrador. Nunca pretendió encontrarse con otros pueblos, otras razones distintas a la suya, nunca pretendió hacer uso de su logos, su razón, para dia-logar y fusionarse, no. Desde la colonización, hubo un encubrimiento y negación de otros mundos de vida y realidades, -mundos de vida y realidades- que subyacen en cada uno de nosotros por ser el fruto de la mezcla de distintos pueblos en los últimos quinientos años.


Traigo a la memoria y al corazón, el recuerdo de una escena que me invitó a mirar-me y admirar-me en el mundo desde otro lugar; es el recuerdo vivo de haberme cruzado con una familia del mundo andino, quechua, que tenían tres hijos pequeños. Recuerdo el intento de diálogo a través de las miradas entre los niños y yo, había timidez hasta que decidí acercarme, y jugar con ellos, en seguida pude acercarme a hablar con su madre y padre, quienes me preguntaron de dónde era, respondí y les conté de mi periplo, me mostraron su gratitud y me invitaron a su comunidad, para que así pudiera conocerlos; conocer a sus abuelos, sus tíos, su gente, su historia y a los nuevos que iban a continuar su historia. Me invitaron a “hacer lazos” como me dijeron, entramados, encuentros. Comento esto porque esa escena me mostró la importancia que tiene la comunidad y la familia para el mundo andino. Su identidad, su ser constitutivo como personas e historias es el de la comunidad, el ser comunitario que aloja todo su mundo de vida.

En cambio, el imágo, el modelo, o imagen referencial que tenemos nosotros ha sido el inyectado a trocha y mocha por el mito de la modernidad, mito que reproducimos en la vida cotidiana.

Todos somos obligados de alguna manera a perseguir el sueño de la modernidad ¿o pesadilla?, es decir, el desarrollo, el progreso, trabajo, reconocimiento por la institucionalidad burguesa, todos queremos convertirnos, en ingenieros, arquitectos, maestros, abogados, científicos y así acceder al mundo de vida hegemónico de la modernidad-capitalista. Todos somos empujados a transitar por el consumo, el mercado, el negocio, y para ello hay que jugar al orden impuesto por tal mundo de vida “universalizado” que es la explotación de la vida como mercancía de consumo, y la cosificación de los afectos y vínculos.

De modo que para la modernidad y la constitución de su ser, fue necesario la destrucción de todo ser comunitario, familiar, porque sencillamente no le servía para instalar su orden. Necesitó entonces de relaciones y vínculos instrumentales, utilitarios, es decir, asumir todo como objetos y no sujetos. Es el ser del ego cónquiro que constituyó el mundo de vida occidental.

Para el neo-liberalismo que es la fase más acentuada de la modernidad capitalista, cada vez más le interesa generar un tipo de humanidad pertinente a su lógica. Y para perpetuar su lógica necesita de seres atomizados que no les interese el ser con otros, le interesa una humanidad de soledades que teman al otro y al futuro junto a otros, porque para esta lógica el mit dasein (ser ahí junto a otro) es sinónimo de desgracia, atraso y pérdida de “oportunidades”

La continuación y reproducción del ser moderno, nos va empobreciendo la vida, la pone en peligro, porque el ego cónquiro, saquea, domina y des-compromete, destruye las condiciones de vida de toda la faz de la tierra y nos condena a la soledad.

¿Cuál es la tarea que nos toca para constituir otro mundo a esta generación del presente?

Parece que en primer lugar necesitamos revisar nuestra historia, saber de dónde venimos, desde la historia personal de cada quien que va entretejiendose con la historia de cada pueblo y viceversa, porque somos sujetos constituidos por historias, vínculos y recuerdos.

La tarea a la que somos convocados a partir de ahora es a constituir el ser de liberación, y ése ser es comunitario y para que haya comunidad debe haber otros modos de vinculación con nosotros mismos, con los otros y el mundo, es decir, somos convocados desde el lugar de la vida diaria, desde la relación íntima a ser eso que necesitamos de cara a otro mundo. Es ir constituyendo, en nuestro caso, lo que la modernidad-capitalista ha destruido y niega: la familia y la comunidad. El desafío para nosotros, entonces, es vincularnos de modo distinto con nosotros, con los otros y con el mundo, con el cuidado y la ternura como praxis para la reproducción de la vida y desde la unidad mínima para constituir comunidad que es la pareja en una relación sujeto-sujeto.

La liberación para nosotros, los pauperizados del mundo es poder desde este lugar de mezclas, dolores y esperanzas, comenzar a constituir el ser comunitario nuestro-americano, es decir, constituir la solidaridad y el amor desde el encuentro con el otro, y para ello nos toca apelar a lo negado de otros pueblos que también somos. La familia y la comunidad es entonces el sostén que permitirá desde otro lugar constituir las nuevas prácticas para el mundo que nos toca construir.



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