Revisarnos es una tarea a la que le solemos huir, saber cómo hemos llegado a ser lo que somos para construir e inaugurar un proceso de transformación o ¿transustanciación? se torna vital, más que necesario. Nuestra historia, la negada, la oprimida, la oculta y la rechazada por nosotros mismos, nos clama desde nuestro sentir, la manifestación abierta de su ser inconforme, permanentemente latente. ¿Cuánto de negro, de indio, de blanco marginado, de campesino tenemos? ¿O somos?.
Cuando era pequeño, en las peleas
con mi hermano, mi forma de descalificarlo era decirle: negro o indio, o
burlarme del ser campesino. Estos descalificativos reproducidos por mí, y escuchados
en un medio de vida cotidiano (desde la escuela, hasta en la familia) negaban
lo que en mi caso soy: hijo de padres y abuelos provenientes del campo, afrodescendientes
y migraciones. Soy directamente la conjunción de aquello, de lo que unos más que
otros somos, una mezcla que históricamente es ocultada y negada.
En el fondo tenemos el anhelo de
liberarnos, de tener autonomía, de poder manifestarnos, pero no sabemos qué o
quién se quiere manifestar dentro de nosotros, ni de qué o quién debemos liberarnos.
¿Dicha confusión aparece por ser nosotros el fruto de la cultura de la
violencia, hijos malinches huérfanos de una cultura violada y un ego fálico
violador, dominador? ¿Cualquiera de nosotros no
cargamos simultáneamente la cultura
violada, negada y el ego fálico dominante que llegó a estas tierras con Colón,
Cortés, Pizarro o Juan Rodríguez Suarez? ¿Desde pequeños no somos incluidos
dentro de la santa cultura occidental para reproducir la cultura de la
conquista, del ego conquiro?.
Desde pequeños somos incluidos en
un mundo institucional que reproduce al ego fálico machista. Estudiamos en
escuelas donde en nuestra relación con el otro, está siempre la competencia,
prima un modo de relación yuxtapuesto, el amo y esclavo, profesor y alumno,
jefe y subordinado, patrón y obrero. Nos paseamos la vida, cotidianamente entre
instituciones de carácter vertical con formas de “comunicarse” ¿o comunicados?,
que van de arriba hacia-abajo. Es el yo
conquistador, superior que da la palabra, que la sacramenta, es el Cortés, el
europeo, el cogito institucionalizado que desconoce a la madre cultura, a las
prácticas cotidianas no formales y que asume al otro como lo mismo, lo
suplementario de un dios llamado progreso y al cual hay que servir.
En la vida cotidiana reproducimos
la verticalidad en nombre de la eficiencia y la eficacia, la disciplina y el
orden, nos conformamos en estructuras de organización jerarquizadas, escuela,
universidades, ministerios, empresas, corporaciones, partidos. Las
instituciones formales hechas para el control, encarnan el espíritu de dominio,
en ellas uno termina ajustándose inertemente a su forma de ser y funcionar.
Pocas veces allí hay integración, pues está implica el reconocimiento del otro
y eso empuja a modificaciones de sus formas de relación.
A la luz de lo femenino podemos
dar parto a algo nuevo, la lógica de lo femenino posee la actitud del cuidado,
de la vulnerabilidad, de la cooperación, ¿una ontología de la biofília, la
solidaridad? En el mundo de vida
cotidiano, empapado por el ego machista, oprimimos lo femenino y emulamos lo
machista como una actitud ante la vida y los otros. No hay diferencia en que
mujeres u hombres asuman los espacios de poder, pues para poder sobre-vivir en
dichos espacios, hay que reproducir la voluntad de poder propia del ego fálico.
El ego fálico es ya una actitud,
una ontología de la conquista, un yo conquistador que es cultura, vínculos,
formas de ser, de pensar, de sentir y de hacer que se reproducen por todos
lados. ¿Cuánto de discurso europeo moderno queremos emular? ¿Cuánto en querer
ser reconocidos por el poder, por la modernidad, por la institucionalidad
europeo-moderna-colonizadora anhelamos cotidianamente? ¿Acaso no perseguimos títulos (las actuales
cédulas del gracias al sacar de la modernidad
neoliberal) que es una manera de blanquearnos socialmente? ¿Cuánto de
pesadilla del hombre blanco en querer ser jefe, mandar sobre otros y tener
poder alojamos en nuestro ser? ¿Lo ocultamos, lo negamos, o decimos que no
somos eso y lo depositamos afuera, en el otro, en ese otro que somos nos-otros
y negamos? ¿Acaso nuestra racionalidad no será la justificadora voz
interiorizada del ego fálico?
Al parecer la colonización
histórica del cuerpo, del espíritu y de todo nuestro mundo de vida puede ser
trascendida, pero no desde la modernidad, habrá que buscar-nos en otros
lugares, en otras ontologías, en otra forma de ser, que también somos nos-otros.
¿Acaso no soñamos cosas que
simplemente la razón, esa forma europea de dar cuenta del mundo no puede explicar y que sabemos tienen un
significado?
¿Podrá el miedo en ir más allá
que la modernidad mantenernos colonizados y dominados?
¿Nos arriesgaremos a
viajar por los bordes de la razón?
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