martes, 13 de septiembre de 2016

¿Hasta dónde hay procesos de conquista y de colonización del mundo de vida del ser latinoamericano? Por Carlos García.



Revisarnos es una tarea a la que le solemos huir,  saber cómo hemos llegado a ser lo que somos para construir e inaugurar un proceso de transformación o ¿transustanciación? se torna vital, más que necesario. Nuestra historia, la negada, la oprimida, la oculta y la rechazada por nosotros mismos, nos clama desde nuestro sentir, la manifestación abierta de su ser inconforme, permanentemente latente. ¿Cuánto de negro, de indio, de blanco marginado, de campesino tenemos?  ¿O somos?.

Cuando era pequeño, en las peleas con mi hermano, mi forma de descalificarlo era decirle: negro o indio, o burlarme del ser campesino. Estos descalificativos reproducidos por mí, y escuchados en un medio de vida cotidiano (desde la escuela, hasta en la familia) negaban lo que en mi caso soy: hijo de padres y abuelos provenientes del campo, afrodescendientes y migraciones. Soy directamente la conjunción de aquello, de lo que unos más que otros somos, una mezcla que históricamente es ocultada y negada.


En el fondo tenemos el anhelo de liberarnos, de tener autonomía, de poder manifestarnos, pero no sabemos qué o quién se quiere manifestar dentro de nosotros, ni de qué o quién debemos liberarnos. ¿Dicha confusión aparece por ser nosotros el fruto de la cultura de la violencia, hijos malinches huérfanos de una cultura violada y un ego fálico violador, dominador? ¿Cualquiera de nosotros no cargamos simultáneamente  la cultura violada, negada y el ego fálico dominante que llegó a estas tierras con Colón, Cortés, Pizarro o Juan Rodríguez Suarez? ¿Desde pequeños no somos incluidos dentro de la santa cultura occidental para reproducir la cultura de la conquista, del ego conquiro?.

Desde pequeños somos incluidos en un mundo institucional que reproduce al ego fálico machista. Estudiamos en escuelas donde en nuestra relación con el otro, está siempre la competencia, prima un modo de relación yuxtapuesto, el amo y esclavo, profesor y alumno, jefe y subordinado, patrón y obrero. Nos paseamos la vida, cotidianamente entre instituciones de carácter vertical con formas de “comunicarse” ¿o comunicados?,  que van de arriba hacia-abajo. Es el yo conquistador, superior que da la palabra, que la sacramenta, es el Cortés, el europeo, el cogito institucionalizado que desconoce a la madre cultura, a las prácticas cotidianas no formales y que asume al otro como lo mismo, lo suplementario de un dios llamado progreso y al cual hay que servir.

En la vida cotidiana reproducimos la verticalidad en nombre de la eficiencia y la eficacia, la disciplina y el orden, nos conformamos en estructuras de organización jerarquizadas, escuela, universidades, ministerios, empresas, corporaciones, partidos. Las instituciones formales hechas para el control, encarnan el espíritu de dominio, en ellas uno termina ajustándose inertemente a su forma de ser y funcionar. Pocas veces allí hay integración, pues está implica el reconocimiento del otro y eso empuja a modificaciones de sus formas de relación.

A la luz de lo femenino podemos dar parto a algo nuevo, la lógica de lo femenino posee la actitud del cuidado, de la vulnerabilidad, de la cooperación, ¿una ontología de la biofília, la solidaridad?  En el mundo de vida cotidiano, empapado por el ego machista, oprimimos lo femenino y emulamos lo machista como una actitud ante la vida y los otros. No hay diferencia en que mujeres u hombres asuman los espacios de poder, pues para poder sobre-vivir en dichos espacios, hay que reproducir la voluntad de poder propia del ego fálico.

El ego fálico es ya una actitud, una ontología de la conquista, un yo conquistador que es cultura, vínculos, formas de ser, de pensar, de sentir y de hacer que se reproducen por todos lados. ¿Cuánto de discurso europeo moderno queremos emular? ¿Cuánto en querer ser reconocidos por el poder, por la modernidad, por la institucionalidad europeo-moderna-colonizadora anhelamos cotidianamente?  ¿Acaso no perseguimos títulos (las actuales cédulas del gracias al sacar de la modernidad  neoliberal) que es una manera de blanquearnos socialmente? ¿Cuánto de pesadilla del hombre blanco en querer ser jefe, mandar sobre otros y tener poder alojamos en nuestro ser? ¿Lo ocultamos, lo negamos, o decimos que no somos eso y lo depositamos afuera, en el otro, en ese otro que somos nos-otros y negamos? ¿Acaso nuestra racionalidad no será la justificadora voz interiorizada del ego fálico?

Al parecer la colonización histórica del cuerpo, del espíritu y de todo nuestro mundo de vida puede ser trascendida, pero no desde la modernidad, habrá que buscar-nos en otros lugares, en otras ontologías, en otra forma de ser, que también somos nos-otros.

¿Acaso no soñamos cosas que simplemente la razón, esa forma europea de dar cuenta del mundo  no puede explicar y que sabemos tienen un significado?

¿Podrá el miedo en ir más allá que la modernidad mantenernos colonizados y dominados?

¿Nos arriesgaremos a viajar por los bordes de la razón?

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